POST: John M. Greer –"Retrotopía: El aroma de la tinta en el papel"

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POST: John M. Greer –"Retrotopía: El aroma de la tinta en el papel"

Demóstenes Logógrafo
La sexta entrega de la serie, espero no haberme dejado muchas cosas por corregir.
Saludos,
D.

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14 octubre 2015
http://thearchdruidreport.blogspot.com.es/2015/10/retrotopia-scent-of-ink-on-paper.html

Esta es la sexta entrega de la exploración de uno de los posibles futuros discutidos en este blog, utilizando la caja de herramientas de la ficción narrativa. Nuestro narrador, vagando por las calles de la capital de la República de Lakeland, visita un kiosco de prensa y una biblioteca pública, y descubre que la información y el conocimiento son cosas distintas…

***************

Pasé por mi hotel, dejé la bolsa de compra con mis ropas de bioplástico, y volví a las calles de Toledo. Suena más fácil de lo que fue; algún tipo de evento - una recepción de una boda, supuse por el decorado- iba a empezar en uno de los salones de la segunda planta, y la recepción y la acera estaban llenos de gente con ropas formales entrando. Hubo que maniobrar un poco para pasar entre ellos, pero después de no muchos minutos paseaba por una acera sin masificar hacia la blanca cúpula inacabada del Capitolio.

El edificio legislativo allá en Filadelfia no tiene una cúpula. Es como un amasijo angular de metal y cristal, diseñado por he olvidado qué célebre firma europea, y cuando se inauguró hace veinte años, difícilmente se podía entrar en la metanet sin ser bombardeado con “ooohs” y “aahs” sobre lo fantástico, innovador y futurista que era. No se oía mucho de nada más. Se han pasado los veintidós años siguientes tratando de arreglar las goteras del tejado y buscando arreglo a las innovadoras características que no han funcionado demasiado bien, y el diseño parece vergonzosamente pasado de moda hoy día, de ese modo en que las vanguardias arquitectónicas siempre lo parecen después de un par de décadas. Tenía curiosidad por ver lo que la República de Lakeland había hecho en su lugar.

Tardé dos manzanas en llegar a un lugar desde el que tuviera una vista clara del edificio, y cuando llegué no había ningún motivo para sorpresa. Se habían tomado como modelo los edificios de capitolio de la antigua unión, con una alta cúpula blanca centrada sobre un edificio redondo y con una gran entrada formal, con un ala para cada cámara de la asamblea legislativa a cada lado. La bandera de la República de Lakeland - azul sobre verde con un círculo de siete estrellas doradas, por los siete estados que se unieron tras la Partición- ondeaba en un mástil delante. Largas hileras de ventanas en cada ala mostraban que había mucho espacio de oficinas y salas de reuniones allí, junto a las cámaras legislativas. Los muros eran de mármol blanco con decoración clásica, y los puntiagudos tejados a cada lado de la cúpula no parecía que fueran a tener muchas goteras. Pensé en lo que el banquero había dicho sobre la historia, y continué la marcha.

Otra manzana me condujo a un escaparate con un gran letrero encima muy llamativo, pintado a mano, en el que se leía “PERIÓDICOS KAUFER’S” en grandes letras rojas. Debajo se podían ver más periódicos y revistas -de los impresos en papel- de los que había visto nunca en un solo lugar. Recordé lo que Melanie Berger había dicho sobre los periódicos y decidí comprobarlo.

Dentro, las revistas se alineaban en tres de las paredes y los periódicos llenaban una gran isla en medio. Letreros con letras rojas en la isla me servían de guía: uno decía PERIÓDICOS DE TOLEDO, otro PERIÓDICOS RL, y un tercero PERIÓDICOS EXTRANJEROS, esta sección un poco más estrecha, pero aún había quince periódicos distintos en la sección de Toledo.

La propietaria estaba sentada en un taburete alto cerca de la entrada. Era una mujer de aspecto desaliñado en la treintena, con bucles de cabello rubio apareciendo de debajo de un sombrero de trapo, que llevaba un delantal con las palabras “Periódicos Kaufer’s” impresas que había conocido tiempos mejores. Cuando me giré hacia ella, ya se había levantado del taburete y venía hacia mí. “¿Puedo ayudarle?”

“Por favor”, dije, “soy nuevo en la ciudad y no conozco los periódicos locales”

“Ningún problema”. Señaló la pila de periódicos. “Blade [La Cuchilla] y The Journal [El Periódico] son dos diarios -Blade es un periódico de crónicas, el Journal es un periódico de comunidad, mucho más vivo. El resto son semanarios -vecinales, étnicos, religiosos. El Blade cuesta un pavo con veinticinco, el Journal setenta y cinco céntimos, los otros veinticinco, excepto el Wholly Toledo [Solamente Toledo] - sobre arte y vida nocturna, que no cuesta nada”

Siempre me pareció divertido que en todas partes de los antiguos Estados Unidos la unidad básica de la moneda local se siguiera llamando “un pavo”, algo cierto incluso en California, donde el comercio que continúa alrededor de la guerra civil se lleva a cabo principalmente en moneda china, cuando no directamente con trueque. Saqué un par de billetes de Lakeland y compré el Toledo Blade del día y el último Wholly Toledo. “Gracias”, dije.

“No hay de qué”. Se giró a otro cliente que había abierto una revista. “Si quieres leer eso, Mac, tendrás que comprarlo. Esto no es la biblioteca pública, ya lo sabes”

El otro tipo pareció avergonzado, cerró la revista, pagó por ella y abandonó el kiosco. “Hablando de eso”, dije, “¿Cómo llego a una biblioteca desde aquí?”

“Dos manzanas en esa dirección, gire a la izquierda, tres manzanas todo recto y estará allí”. Le agradecí de nuevo, le dejé como propina uno de los cuartos que me tenía que devolver y marché.

La biblioteca no estaba lo primero en mi lista, sin embargo. El Blade tenía un par de artículos en la primera plana que quería leer. El viento estaba arreciando, así que la idea de sentarme en uno de los bancos del parque en frente del Capitolio no me llamaba especialmente. La pregunta en mi cabeza era dónde podía sentarme y leer a cubierto. No había caminado ni una manzana cuando pasé por un pequeño café, apenas un agujero en la pared, y en el asiento de la ventana había una mujer mayor de tez oscura, con un pesado abrigo de lana, con una taza de café en la mano y un ejemplar del Journal abierto delante. Tomé ejemplo, entré y un par de minutos más tarde estaba posado en una silla algo desvencijada con una taza de café y la portada del Blade como compañía.

El artículo de cabecera era sobre la crisis política que había estallado esa mañana. Había supuesto que el artículo daría más detalles de los que se pueden encontrar en las historias de 140 caracteres de las noticias de la metanet, y estaba en lo cierto; para ese particular tenía incluso más información que la vieja Internet. Había visto resúmenes clasificados de artículos sobre cuestiones políticas que no abarcaban tantos detalles. Para cuando terminé el primer parrafo ya conocía lo básico - el grupo que estaba amenazando con abandonar la coalición de Meeker era el partido de la Alternativa Social, y el problema era sobre si bajar la tasa sobre tres metales, entendida como un subsidio del gobierno para las tecnologías- pero el resto de la historia, parte de ella en la portada y parte en el interior de la primera sección, profundizaba en los detalles: quien respaldaba la reducción de las tasas, quién se oponía, con qué argumentos, que tenían que decir en ello la cámara alta de la asamblea legislativa y los jueces del tribunal constitucional, y todo lo relacionado con ello. Para cuando acabé de leerlo tenía una instantánea bastante aproximada de cómo funcionaba la política de la República.

El otro artículo que captó mi atención fue el seguimiento de la destrucción del satélite Progresso IV una semana antes. Era noticia, y no sólo para los entusiastas del espacio, dado que fue el primer satélite en ser derribado por basura espacial en una órbita de rango medio, y era lo suficientemente grande como para que sus fragmentos pudieran convertirse en un auténtico problema para otros satélites en su rango. El artículo citaba al jefe de la agencia espacial brasileña y a un panel de expertos, con opiniones desde la optimista a la más aleccionadora. Ninguno de los hechos era nuevo para mí - había estado siguiendo la situación de los satélites desde mi primer periodo en el gobierno, una docena de años antes- pero la historia estaba expuesta sin esfuerzo en una página y media de periódico impreso, con toda la historia desde los primeros avisos en la década de 1970, pasando por el síndrome del desastre a cámara lenta del Kessler en órbita baja en 2029, hasta el incremento de fallos de los satélites en órbita geosincrónica de los últimos doce años. Desde la década de 2030, según sabía, las órbitas de rango medio estaban bastante atestadas, lo último que se necesitaba era un síndrome Kessler allí tambien.

Pedí un nuevo café, e hice una lectura rápida del resto del periódico. La sección de negocios iba a necesitar un estudio más cuidadoso, según vi de un vistazo. Parte de ella era bastante honesta - los problemas con los bonos de algunos países, los precios de las materias primas en Chicago virando de tal o cual manera, y dos páginas llenas de lo que parecían ser datos ordinarios del mercado bursátil, excepto que no conocía ninguna de las compañías que aparecían- pero una parte de ella estaba bastante en terreno de la izquierda. La que me dió de lleno fue la de una compañía que se disolvía: no yendo a la bancarrota, siendo comprada o alguna de las otras maneras en las que mueren las compañías, sino concluyendo sus asuntos, distribuyendo sus activos y cerrando sus puertas. Sacudí mi cabeza y seguí leyendo. La sección de deportes parecía mucho más normal, excepto porque no conocía ninguno de los equipos y había muchos, los suficientes como para que me preguntara si cada ciudad de mediano tamaño de la república de Lakeland tenía el suyo propio. La sección de artes y entretenimiento, en la contraportada, tenía de todo, desde conciertos a programación de teatros o programas de radio. Asentí, deslicé el periódico en uno de los grandes bolsillos de mi gabardina, pagué la consumición y salí a la menguante luz de la tarde.

La biblioteca fue bastante fácil de encontrar. Era un gran edificio de ladrillo de dos plantas con ventanas arqueadas y un amplio porche en la entrada, y un par de banderines de tela fuera con BIBLIOTECA PÚBLICA DE TOLEDO - SUCURSAL DEL CAPITOLIO escrito en ellos. La recepción era espaciosa, con un tablón lleno de anuncios. A la izquierda la puerta estaba entornada y oí la voz de una mujer contando algún tipo de cuento sobre un topo y una rata de agua; una mirada arriba y encontré el rótulo que decía SALA INFANTIL. Giré a la derecha y fui a través de la puerta de lo que esperaba que fuera la sección de adultos.

No me llevó demasiado darme cuenta de que había acertado, aun cuando aquello no se pareciera a las bibliotecas que conocía. En lugar de filas de largas mesas desnudas con teclados y pantallas, tenía hilera tras hilera de estantes de libros impresos, más de ellos de los que nunca había visto juntos en un mismo lugar. Mesas y sillas estaban agrupadas en medio de la sala, con gente sentada inclinada sobre los libros, y más allá, junto a las ventas, sofás y sillas mullidas con su propio contingente de lectores. Una pesada moqueta cubría el suelo, y una pintura histórica el techo abovedado, cubriendo la separación desde las tribus nativas en un extremo hasta el Capitolio a medio construir en el otro.

No tenía realmente ni la menor idea de que hacer allí. En lugar del claqueo de teclados y el murmullo de voces que daban a las librerías que conocía su habitual ruido, la sala estaba tan silenciosa como un entierro. Vi a uno de los usuarios dirigirse al gran mostrador en el que estaban los bibliotecarios para hacer una pregunta, y la conversación que siguió tuvo lugar entre murmullos. A falta de algo mejor que hacer, atravesé la sala hacia las estanterías de libros. Había algún tipo de código numérico en los lomos de los libros, lo que no me decía demasiado, pero por los títulos me figuré bastante rápido que los números por debajo de trescientos, o al menos los que yo veía, tenían que ver con política. Saqué un par de libros, les di una ojeada, y estaba a punto de irme a otro estante cuando divisé un volumen delgado titulado “Cambiando de niveles”.

Saqué el libro, lo abrí, y vi que era justo lo que imaginaba, una guía para habitantes de Lakeland que se mudaran de un condado a otro de distinto nivel. Lo hojeé durante unos pocos minutos, decidí que tenía que leerlo y fui a buscar un asiento libre.

Me di cuenta bastante rápido de que había encontrado el libro que necesitaba, porque empezaba con un capítulo sobre la historia del sistema de niveles, lo que me dio la clave para entender todo el sistema. Durante la Segunda Guerra Civil, explicaba el libro, los estados que se convirtieron en la República de Lakeland fueron forzados a recorrer la mayor parte del camino de retorno a la edad de piedra por los bombardeos federales y dos años de combates ciudad por ciudad. Cuando Washington cayó finalmente y los combates finalizaron, casi cada elemento de infraestructura de esos estados -carreteras, líneas férreas, redes eléctrica, redes de agua y alcantarillado, lo que se quiera nombrar - estaban en ruinas, y una vez que la Partición y el comienzo de la crisis de deuda pusieron fin a las últimas esperanzas de una recuperación rápida, los habitantes de Lakeland tuvieron que discurrir cómo reconstruir todo y cómo pagarlo. Las diferencias de opinión eran lo suficientemente drásticas, y los fondos y recursos lo suficientemente escasos, como para que el gobierno provisional decidiera hacer a cada condado responsable de decidir qué tipo de infraestructura quería, y recolectar los impuestos necesarios para pagar los costes.

Desde ese principio, tras una década o así de controvertidas decisiones locales y reconstrucción gradual, el sistema de niveles evolucionó. Un segundo capítulo daba un boceto del sistema legal - ciertas cláusulas en la constitución y sus enmiendas, dos importantes decisiones del tribunal constitucional, y las leyes que regulaban lo que los condados podían y no podían hacer y qué podían y no podían afrontar. Todo estaba bastante claro, y saqué el cuaderno y llené varias páginas de notas. Más aún, terminé con cierta idea de la lógica del sistema de niveles y de las razones por las que tiene sentido para los habitantes de Lakeland.

Para cuando acabé esos dos capítulos la última luz del día se había apagado ya y la ventana de enfrente de mí mostraba una escena nocturna iluminada por farolas y algunas ventanas. Decidí no leer el resto del libro; lo devolví a su lugar en la estantería y salí al viento frío.

No me pierdo con facilidad, o de lo contrario es probable que hubiera terminado vagando en alguna dirección aleatoria hasta poder encontrar un taxi o algo así. Las cosas como estaban, no estaba seguro de mi rumbo hasta que no estuve a la vista del Capitolio. Las aceras estaban cualquier cosa menos desiertas -adivinaba que Toledo tenía bastante vida nocturna- pero no presté mucha atención a la gente que pasaba junto a mí. Pensaba en el libro que había leído y en el periódico de mi bolsillo, y en la diferencia entre los pedazos fragmentados de información de los que estaba acostumbrado a sacar alguna conclusión en la metanet y el conocimiento en su contexto que había recogido del artículo más largo, más rico en detalles de contexto. Era una comparación odiosa. Decidí que tendría que revisar las escuelas de Lakeland y sus universidades, y ver si la diferencia se aplicaba allí del mismo modo.

Sin embargo, cuando iba hacia el hotel en el que me alojaba tuve que prestar atención porque no había más remedio; la multitud de la recepción de la boda estaba fuera enfrente, formando un estrecho pasillo desde la puerta al borde de la acera, donde un carro de caballos adornado esperaba. No tuve mucha dificultad en imaginar lo que iba a pasar, así que me quedé en la parte de fuera de la multitud, esperando a la feliz pareja. Algunos de los invitados se habían tomado el tiempo para ponerse los abrigos y sombreros antes de salir al aire de la noche, y me mezclé lo suficientemente bien como para que una joven mujer me entregase una pequeña bolsa de arroz para tirarles. La tomé divertido, y esperé con el resto.

Unos minutos más tarde, los invitados de honor salieron - dos hombre jóvenes en los inicios de la veintena, riendo con las manos entrelazadas y claramente muy enamorados. Los bombardeé con arroz como todos los demás, y me quedé mientras subían al carruaje y saludaban. El conductor sacudió las riendas y los caballos comenzaron su trote, a lo que siguió la habitual despedida alegre, y luego partieron.

La multitud comenzó a dispersarse. Giré hacia la puerta y me encontré frente al pianista que había estado tocando en el restaurante durante el almuerzo. Por supuesto él no me conocía; giró para ir adentro, y dado que esa era la dirección en la que iba, le seguí. La recepción no estaba muy mal, pero en las escaleras aún había un río de gente buscando la puerta, y por ello el pianista y yo terminamos estando uno junto a otro al pie de la escalera, esperando a que la multitud pasara y nos dejara pasar.

“Un buen jazz lo que estaba tocando”, le dije, “aquí a la hora del almuerzo”

Me miró sorprendido “¡Gracias! ¿Es usted uno de los amigos políticos de Sandy?”

“No, sólo me alojo aquí en el hotel”. Asintió y continué, “¿Toca en algún otro lugar?”

“Sí, justo hoy tengo un bolo. Viernes y Sábados por la noche estoy en el club Harbor”. Buscó en su chaqueta y sacó un pequeño rectángulo de papel rígido y me lo entregó. Me dí cuenta después de un momento de que se trataba de una antigua tarjeta de visita. Un curioso escrito mostraba: “Sam Capoferro y sus cinco del barrio”, en la parte de abajo aparecía la información de contacto en letra pequeña.

“Muéstrelo a la entrada y no le cobrarán”, me dijo, “Espero verle allí alguna vez”

Se abrió un hueco en la multitud y enfiló la escalera. Yo guardé la tarjeta y esperé al siguiente hueco.
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Re: POST: John M. Greer –"Retrotopía: El aroma de la tinta en el papel"

Bihor
Muchas gracias por esta nueva traducción; me encanta que me deis trabajo de actualización del índice.

Según los comentarios de Abadín, y el tipo de narración que nos habeis traído todos los traductores, imagino que el hacer esta tarea es algo arduo, pero que por otro lado os sirve para tener vuestro inglés "calentito".

Un apaluso para todos los traductores
Regla de oro: trata a los demás como querrías que te trataran a ti