9 septiembre 2015
http://thearchdruidreport.blogspot.com.es/2015/09/retrotopia-cab-ride-in-toledo.html Esta es la tercera entrega de la exploración de uno de los posibles futuros discutidos en este blog, utilizando la caja de herramientas de la ficción narrativa. Nuestro narrador llega a la capital de la república de Lakeland, y aún más sorpresas están por llegar. ************ El tren entró en la estación de Toledo unos diez minutos tarde - tuvimos que esperar a que otro tren dejara libre el puente sobre el puerto de Sandusky, y luego rodamos a lo largo de la línea de costa del lago Erie durante media hora, pasando por pequeñas ciudades junto al lago y campo abierto punteado de pinos, antes de girar finalmente tierra adentro hacia la capital de la república de Lakeland. Todo el camino a lo largo de la orilla vi grandes goletas de dos y tres mástiles impulsadas por el viento, algunas partiendo de Toledo y otras dirigiéndose allí. El barco velero que había visto fuera de Sandusky, claramente, no era algo inusual aquí. Una vez que el tren giró con rumbo oeste hacia el centro de Toledo, apareció más terreno de granjas - del tipo siglo veinte, con tractores y camionetas en lugar del tipo siglo diecinueve con carros y caballos de tiro. Siguió la misma secuencia que había visto alrededor de otras ciudades de Lakeland: las casas fueron siendo más frecuentes, los campos dejaban paso a huertos y no mucho más tarde el tren rodaba dejando atrás barrios residenciales salpicados de escuelas, parques y pequeños grupos de tiendas, cortados a intervalos por los omnipresentes raíles de tranvía y, por aquí y por allá, cruzándose con los propios tranvías. Las casas dejaban paso eventualmente a almacenes y fábricas de un distrito industrial y luego a las oscuras aguas del río Maumee, corriendo y arremolinándose a los pies de una docena de puentes. “Toledo” gritó el revisor desde atrás. “Final de trayecto, damas y caballeros. por favor, asegúrense de recoger su equipaje y sus objetos personales antes de partir, y gracias por viajar con nosotros” A medida que el tren iba alcanzando la otra orilla, tuve un breve atisbo de un paisaje de calles arboladas y en seguida muros de ladrillo taparon las vistas. Algunos de los otros pasajeros bajaron sus equipajes de los compartimentos superiores. Yo tenía otras cosas en la cabeza; había caído por fin en que a menos que consiguiera señal para el veepad, no tenía manera de llamar a la gente con la que se supone que debía encontrarme para asegurarnos de que no nos dejábamos de encontrar por error, y había revisado mi veepad por última vez obteniendo el mismo campo negro como resultado. Me encogí mentalmente de hombros y decidí esperar a ver qué ocurría. El tren redujo su paso a un trote lento. La familia inmigrante aparentemente había divisado a alguien en el andén y saludaban desde la ventanilla. Ya tenían sus bolsas de equipaje de plástico en la mano, y en el momento en que el tren paró levantaron las bolsas y se dirigieron a la salida. Yo bajé mi maleta del compartimento de equipaje; el chico que había estado sentado a mi lado fue a ayudar a sus padres con el equipaje, y yo caminé por el pasillo siguiendo a la gente delante de mí hacia el inicio del vagón y afuera al andén. Una señal de pintura brillante decía “Hacia la estación”. Seguí la señal y el flujo de personas. A medio camino rebasé a la familia inmigrante, que estaban allí con media docena de personas vestidas con lo que parecían ropas victorianas de una película histórica -Los familiares de Ann Arbor de la esposa, supuse - mientras iba a cien por hora. La mujer tenía los ojos llorosos y sonriendo y los niños, por primera vez desde que me encontré con ellos, parecía que fueran a sonreír uno de estos días. Pensé en la conversación que había tenido con el marido, me pregunté si las cosas serían realmente mucho mejores en la parte inferior de la escala salarial aquí. Atravesé una gran puerta doble de cristal y metal hacia lo que debía ser la sala principal de la estación, un gigantesco espacio abierto bajo un techo abovedado, con bancos en largas filas a un lado, mostradores de billetes al otro, y lo que parecía una docena de restaurantes y un bar más allá a media distancia. De acuerdo, me dije, aquí es donde tengo que intentar encontra a alguien que tenga una pista sobre cómo encontrar a alguien y llegar a algún sitio en este extraño país. Casi había terminado de pensar esto cuando una mujer y un hombre, del que habría podido pensar que llevaba la ropa de Bogart, se levantaron de un banco cercano y vinieron hacia mí “¿Sr. Carr?” Bueno, eso era fácil, pensé, y miré hacia ellos. Ella era alta, para lo usual en una mujer, con rizos rojo-castaños saliendo de debajo de un sombrero de ala ancha; el era un par de pulgadas más bajo que ella, con el tipo de rostro común que buscas cuando tratas de contratar espías o asistentes administrativos. “Soy Melissa Berger”, dijo la mujer, dándome la mano, “y este es Fred Vanich”. Estreché su mano también. “Espero que su viaje de esta mañana no haya sido demasiado desconcertante”, continuó. Esa última palabra resultó tan inesperada como para hacerme reír. “No demasiado” dije. “Aunaue hubo algunas sorpresas” “Puedo imaginarlo. ¿Le importa venir por aquí?” “¿Me permite?” dijo Vanich, y le entregué mi maleta y les seguí “Me temo que hemos tenido que hacer algunos cambios de agenda”, dijo Berger mientras nos dirigíamos a la puerta. “El presidente esperaba encontrarse con usted esta tarde, después de que tuviera tiempo para acomodarse en el hotel, pero tiene una pequeña crisis entre manos. Uno de los partidos restauracionistas de nuestra coalición está que echa humo por una línea en una ley de apropiaciones. Habrá pasado en más o menos un día, pero en fin, estoy segura de que entiende cómo funciona esto” “Sí”, dije, “Ellen ha tenido que tratar con este tipo de cosas cada día desde su elección” “Bastante sorprendente”, dijo Asentí “Estábamos bastante satisfechos con la forma en que había resultado todo” Afuera el aire soplaba frío y tempestuoso, con los primeros sabores del invierno que se aproximaba. Las hileras de árboles de la calle aún se aferraban a unas pocas hojas secas y marrones. Más allá de los árboles, donde había esperado ver taxis esperando a los viajeros en una nube de humo de los tubos de escape, caballos estaban plácidamente parados delante de ¿buggies? ¿carruajes? Como fuera que los llamaran, parecían cajas con grandes ventanas, algunos con cuatro ruedas y otros con dos, y un asiento arriba para el conductor. Parpadeé y casi me paré. Berger me miró divertida. “Ya sé”, dijo. “Hacemos muchas cosas de un modo distinto aquí” “Lo había notado” repliqué Ella llevó la delantera a uno de los carros de buggies ruedas, o lo que sea que fuera. Obviamente todo había sido acordado previamente; dijo “buenas tardes, Earl” al conductor, el dijo “Buenas tardes, señora” como respuesta, y sin más palabras mi maleta halló su sitio en el arcón trasero, y nosotros tres fuimos acomodados en los cómodos asientos de cuero de dentro, Berger y yo mirando al frente y Vanich enfrente de nosotros mirando hacia atrás. El buggy se incorporó al tráfico y enfiló la calle. “¿es esto normal aquí?”, pregunté, indicando el vehículo con un gesto “¿El taxi? más o menos” dijo Berger. “Hay unas pocas ciudades con taxis eléctricos y un buen número con taxis a pedal, pero puede encontrar taxis de caballos en todas partes donde haya servicio de taxi. Los otros no producen materia prima para generación de metano.” Lo tomé en consideración. “Pero no hay taxis de gasolina o diésel” “No, no desde la Partición” Eso tenía algún sentido para mí. “Imagino que el embargo tuvo bastante que ver en ello” “Bueno, en cierto modo. Hubo algo de contrabando, por supuesto, cayendo Chicago justo al lado de nuestra frontera” Resoplé. “Y siendo Chicago lo que es”. La ciudad libre de Chicago era la más pequeña de las naciones que salieron de la Partición, y lo compensaron siendo de lejos la más evidentemente corrupta. “Bueno, sí. Pero tampoco había demasiado mercado para los derivados del petróleo”, continuó. “Estaba el impuesto sobre los carburantes, por supuesto, y por otro lado perdimos la mayor parte de la infraestructura necesaria durante la guerra -autopistas, oleoductos, todo” “Me sorprende que su gobierno no subsidiara la reconstrucción” “No hacemos cosas así aquí”, dijo Le lancé una mirada de sorpresa. “Obviamente tengo mucho que aprender”, dije al fin Ella asintió. “Los forasteros generalmente lo hacen” Me guardé la palabra forastero para futura referencia. “Hay una cosa que vengo preguntándome desde que crucé la frontera”, le dije, “o mejor dos. ¿De verdad no tienen servicio de metanet en la república de Lakeland?” “Correcto”, replicó. “Realmente tenemos estaciones de interferencia a lo largo de la frontera, sin embargo hará quince o dieciséis años de la última vez que se usaron” “Espere”, dije. “¿Estaciones de interferencia?” “Sr. Carr”, dijo Berger, “desde la Partición hemos rechazado tres intentos de cambio de régimen y una invasión militar en toda regla. Todas las campañas de cambio de régimen fueron coordinadas al cien por cien vía metanet -propaganda de saturación vía redes sociales, concentraciones organizadas, turbas, ya sabe cómo funciona. La tercera de ellas se desinfló porque habíamos saboteado un conmutador en la pequeña infraestructura de metanet que teníamos por entonces y se colapsó, y después de eso la legislatura votó por terminar con lo que quedaba. Luego cuando Brasil y la Confederación invadieron en el ‘49, una razón por la que se tuvieron que retirar con el rabo entre las piernas fue que la doctrina militar de hoy en día - de ellos, de ustedes, de todo el resto del mundo- tiene fijación con la destrucción de la infraestructura de red y con la comunicación en tiempo real, y nosotros no tenemos nada de eso, por lo que literalmente no tenían ninguna pista sobre cómo combatirnos. De manera que sí, tenemos estaciones de interferencia. Si desea visitar una, puedo arreglarlo.” Lo tomé en cuenta. “No será necesario”, le dije, “Sólo por curiosidad ¿interfieren en algo más?” “No mucho más. Solíamos interferir en las emisiones de radio de la Confederación, pero sólo porque ellos interferían en las nuestras. Dejamos de hacerlo hace tres años” “¿Televisión?” “Pérdida de tiempo. Sólo alrededor del tres por ciento de la república está en el rango de emisión de alguna estación terrestre, y la situación de la televisión por satélite, bueno, estoy seguro de que usted sabe al menos tanto como yo” No estaba en absoluto seguro de ello, pero lo dejé pasar. “De acuerdo, y esto lleva a mi segunda pregunta. ¿Cómo diablos toman ustedes notas cuando no tienen veepads?” En lugar de responder, dirigió una mirada de tristeza a Vanich, quien asintió una vez, como si mis palabras hubieran sin embargo resuelto algo. “Me parece”, dije entonces, “que alguien acaba de ganar una apuesta” “Y no fui yo” dijo Berger. “Hay cuatro preguntas que los forasteros siempre hacen, y siempre hay cierta especulación, podríamos decir, sobre cuál de ellas se formulará primero”. Levantó un dedo “¿Cómo toman notas?”. Un segundo dedo. “¿Cómo se enteran de lo que pasa en el mundo?”. Un tercero. “¿Qué hacen para contactar con la gente?”. Un cuarto. “y ¿cómo pagan la cuenta en el bar?” Me reí “tengo una quinta”, dije, “¿Cómo buscan hechos sin la metapedia?” “Esa es una no tan común, Sr. Carr”, dijo Banich. Su voz era tan sosa y común como su rostro. Si no era un espía, decidí, la república de Lakeland estaba desperdiciando sus talentos. “La había oído antes, pero no es común” “Para contestar a su pregunta”, dijo Berger, “la mayoría de la gente usa cuadernos de papel”. Sacó de su bolsillo una forma plana y rectangular, y la abrió en abanico mostrando páginas con una cuidada caligrafía en ellas, y lo guardó de nuevo. “Disponible en cualquier tienda, pero no se preocupe por eso, hay uno esperándole en la habitación de su hotel” “No tan práctico como un acceso a metanet”, puntualicé “Cierto, pero hay cosas más importantes que la practicidad” “¿Como la supervivencia de la nación?” Había planteado la pregunta como una especie de rama de olivo tendida, y ella lo tomó así. “Entre otras cosas” Ella miró por la ventana y se volvió a mirarme. “Ya casi estamos en su hotel. Voy a tener que volver al Capitolio de inmediato y ver si puedo imponer algo de sentido común durante la cena, y Fred tiene su propio trabajo que hacer. De un modo u otro, habrá alguien aquí para conducirle mañana. Si lo desea, una vez se haya acomodado y tomado su almuerzo puedo enviarle a alguien que le guíe en una visita turística o cualquier otra cosa que desee ver” “Se lo agradezco”, dije, “pero preferiría sugerir algo distinto. He oído que sus calles son bastante seguras” Ella asintió. “Ya sé el tipo de cosas con las que tienen que tratar en Filadelfia. No tenemos ese tipo de problemas por aquí” “En ese caso, me gustaría pasear un poco por mi cuenta, mirar el paisaje, tal vez visitar la biblioteca pública que mencionó” Era un disparo a ciegas; supuse que el gobierno de Lakeland querría tenerme bajo el ojo atento de un cuidador todo el tiempo que estuviera en el país. Para mi sorpresa, ella pareció tranquilizada. “Si está bien para usted, está bien para nosotros”, dijo. “Me encargaré de que alguien le llame mañana a primera hora - ocho en punto, si no es demasiado temprano” “Será buena hora” “Con un poco de suerte todo este asunto habrá amainado mañana para entonces y el presidente Meeker podrá verle” “Esperemos”, dije El taxi paró. Un momento después el conductor abrió la puerta. Estreché las manos de ambos y bajé a la acera. |
Hey, esta Lakeland empieza a parecerse a la RDA en sus mejores momentos;)
Querido lector, si caíste por casualidad en este foro ya es demasiado tarde. No te molestes en entender el pico del petróleo, a partir de ahora podrás grabar con tu móvil secuencias terriblemente bellas de la Tercera Guerra Mundial. Sonríe!
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