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Fleischman on
Feb 10, 2016; 5:03pm
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Año 1712. Thomas Newcomen diseñaba una máquina que generaba el vacío calentando y condensando vapor de agua. El vacío permitía la succión de una bomba, y la bomba extraer agua de las minas de carbón. Era la primera máquina de vapor. Luego el escocés James Watt la mejoraría (y de paso, se llevaría la fama). Quedaba inaugurada la Revolución Industrial. La Primera. Empezaba el periodo de la humanidad de mayores cambios económicos, tecnológicos y sociales desde el Neolítico. La máquina de vapor era la primera gran “general purpose technology” (o GPT), si obviamos la imprenta y la rueda. La economía tradicional, basada en el trabajo manual (o sea, más trabajadores igual a más crecimiento), era fulminada por la máquina de vapor de Watt o la spinning Jenny de James Hargreaves (más tecnología igual a más crecimiento). Empezaba la economía industrial, donde la tecnología era la clave: mecanización de la industria textil y el desarrollo de la metalurgia moderna (el IronBridge, el primer puente metálico, se construyó sobre el rio Severn en 1779). Mecanizar la producción permitía aumentar la cantidad de producto acabado y, a la vez, reducir sus costes de fabricación. Pero las transformaciones fueron más allá: la economía rural, basada en la agricultura y el comercio, pasaba a ser una economía urbana o periurbana, industrializada y mecanizada. Crecimiento y aumento de la renta per cápita como nunca se había dado hasta entonces en la historia humana.
Año 1779. Un tipo enfadadísimo en Anstey, Leicestershire, destrozaba dos tejedoras mecánicas a martillazos y se daba a la fuga. Su nombre: Ned Ludd. No se le volvió a ver, pero empezaba su leyenda. Entre los obreros se extendía el mismo descontento del tal Ned. Sus malas condiciones laborales eran tan reales como el crecimiento de la nueva economía industrial. Lea a Engels o a Dickens. Da igual: dicen lo mismo. El pasado industrial siempre fue un asco. No obstante, eso del PIB per capita no interesaba mucho a los seguidores del fantasma de Ludd. Llamados luditas, tenían claro el problema: las máquinas eliminan puestos de trabajo de las personas. Tenían también clara la solución: quemar fábricas. De entrada, culpaban al fantasma de Ludd. Luego –a principios del siglo XIX, en especial entre 1811 y 1813- ya no se escondían. A ver quién les podía convencer de que si la tecnología aumentaba el tamaño de la economía, más gente entraba en el sistema. Más tecnología era menos personas trabajando en la industria, cierto. Pero también eran más personas en el sector de los servicios. El excedente de renta se destinaba a mejorar la calidad de vida o realizar nuevas inversiones, y ahí aparecían nuevas necesidades. Lo cierto es que sin sindicatos, poco más podían hacer para protestar. Quizás por ello el historiador Eric Hobsbawm argumentaba que los luditas (“the machine breakers”) hacían “negociación colectiva por disturbio“.
Las cuatro revoluciones industriales
Año 1870. La primera cadena de montaje en Cincinatti declara inaugurada la Segunda Revolución Industrial. Montaje en serie, electrificación de la industria, producción masiva. Del taylorismo al fordismo, y de ahí a Toyota durante “The Glorious Thirty” (1945-1975). La conflictividad salarial era -más o menos- limitada ¿por qué? Por un lado, se armó una red social de cobertura, y se protegieron las industrias vulnerables nacionales con subvenciones. Por otro, falta de alternativas: el experimento comunista de la Unión Soviética no funcionó. Así que el capitalismo funcionó de forma -más o menos- eficiente (socialmente hablando, claro) hasta los años 80 y su transformación en el neoliberalismo. Año 1969, aparece el Modicon 084, el primer PLC comercial programable. Tercera Revolución Industrial: computadores, electrónica, Internet. Además de Thatcher y Reagan, la revolución informática establecía un nuevo paradigma. Como siempre: nuevas tecnologías permitían mayores eficiencias y sinergias. Empezaba el gran downsizing de las estructuras laborales, que eran laminadas de todas aquellas funcionalidades (y sus trabajadores) que desarrollaban funciones programables y ofimáticas. Si hasta entonces las mejoras en la tecnología desplazaban a gente de la industria, ahora los desplazaban de los servicios. El siglo XXI y la consolidación de la globalización consolidaron el modelo: la ley de Moore (de 1965) implementada bajo el low cost de fabricación asiático permite nuevos procesadores exponencialmente más eficientes y baratos. Son robots cada vez más baratos y rápidos en el desarrollo de sus rutinas (me resisto a escribir inteligentes).
Año 2016. En el Foro de Davos Charles Schwab, fundador y presidente del Foro, habla sobre la Cuarta Revolución Industrial. Auditorio lleno. Su libro tiene una reseña del Financial Times. La velocidad de los procesadores y la interconectividad lo están cambiando todo. Viene el Internet de las Cosas (el IoT): Máquinas que se comunican entre ellas sin intervención humana. Manufactura personalizada: no enviaremos 100.000 zapatillas a un almacén de distribución, sino que, las enviaremos a sus 100.000 clientes. Aún más: les enviaremos las zapatillas con los colores que ellos quieran. Falta muy poco para eso. Heladeras que te avisarán que los yogures van a caducar, o cepillos de dientes que te advertirán de una inminente caries. ¿Lo duda? Hay más ejemplos: ¿Chófer? El indiscreto coche de Google sin conductor ya circula. ¿Profesores de idiomas? Hay excelentes apps en el iPad. ¿Repartidores? Amazon dice que va a satisfacer los pedidos con drones no militares. ¿Operadoras telefónicas? Diga 8 si quiere saber cuanto lleva gastado en el celular este mes. ¿Contables? Las facturas electrónicas y el big data acabarán con ellos. ¿Cajeros? Pase usted la compra por el scanner con la etiqueta hacia arriba y pague con su tarjeta de crédito. ¿Atracos con pistola? Tiemble de verdad con los botnet, phishing, troyanos, gusanos, spam… ¿Quiere amigos? Cómpreselos en Twitter o, si quiere, en Facebook. ¿Guías turísticos? Póngase los auriculares, que el GPS sabe en que sala del museo está y le dirá quién pinto el cuadro. ¿Médicos? mire a la cámara y saque la lengua. Schwab calcula que peligran 5 millones de empleos mundiales. The Guardian dice que el 47% de los que hay en Reino Unido peligran. Inevitable.
IoT
En Buenos Aires, en estos días de verano, el Banco Central de la República Argentina autorizó el envío del resumen bancario (por ejemplo, de la tarjeta de crédito) sólo de forma electrónica. Hoy unas 4.000 personas que los reparten por correo postal. El otro día, los camioneros de la CGT del sindicalista Hugo Moyano colapsaron los alrededores del Banco Central con sus protestas. Algunos políticos quieren evitar que se elimine el envío aduciendo “derecho a la información”. Son neoluditas, no tan bestias como el más famoso de ellos: Theodore Kaczynski, el famoso Unabomber. Da igual. No se cansen. Perderán. El resumen mensual se enviará en formato pdf. Pero no se confundan. Si bien la solución que proponía el ludismo era estúpida (destruir las tecnologías para proteger puestos de trabajo que quedaron obsoletos) no estaban equivocados: máquinas más eficientes amenazan los puestos de trabajo tradicionales. Y seguirán amenazando a cualquier empleo que resulte programable. La capacidad de reconvertirse es muy limitada. No es que vaya a pasar; es que ha pasado siempre. ¿Cómo resistirse a un menor coste y menores demandas laborales? Aquellos con mayor formación y, por tanto, mayor capacidad de resolver problemas complejos, dispondrán de empleos más estables; aquellos con menor formación, un trabajo rutinario, y en posible competencia con un software sufrirán de una eterna precariedad laboral. Sólo sin rutinas no es posible armar una cadena de montaje, y las rutinas ya las hace un robot. Messi puede estar tranquilo; el resto no.
¿Hacia dónde vamos? La destrucción creativa de Schumpeter nos sigue permitiendo ganar eficiencia en los procesos. La duda es si es más destrucción o más creativa. Porque lo cierto es que se ha desarrollado un mercado de trabajo dualizado, donde la minoría menos formada es expulsada. Seguimos creciendo (poquito), pero una gran masa laboral no es capaz de capitalizar ese crecimiento: desempleo de larga duración incapaz de reciclarse o reinventarse se enquista en occidente. Tras la gran crisis de 2008 llega la llamada “recuperación sin empleo” (si es que es posible recuperarse con más deudas). Los trabajadores no cualificados se resignan a una rebaja de salarios (la llamada “devaluación interna”). Mientras, los cualificados piensan a donde irse para no pagar los excesivos impuestos a los que cada vez más se ve sometidos. La clase media ya no existe (si es que existió), sino que somos todos clase obrera amenazada por la tecnología y atrapada por las burbujas de deuda. ¿Clase obrera? si usted deja de trabajar hoy y no puede vivir de rentas, es usted clase obrera. Y esa clase obrera, amenazada y humillada por la desigualdad del otro 1%, precisa de la protección de los estados para la subsistencia (que se siguen endeudando para financiar planes públicos de ocupación, que no dan resultados en el largo plazo). Después de 250 años, las quejas de Ned Ludd siguen vigentes. El tipo tenía razón. Nunca ganará.
https://davidruyet.wordpress.com/2016/02/10/ned-ludd/
La noche es oscura y alberga horrores.