Re: post dinámica de quiebra. AMT
Posted by burgomaestre on
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De acuerdo,Antonio, voy a matizar un poco más mi idea. Que conste que al decir "necesitamos" no me refería a ti. Ni a nadie en realidad. De tratarse de algo seria de un relato. Un relato coral en que cada narrador inspiraría al siguiente, y este a otro hasta que la historia fuera recogida por un macho alfa o una hembra alfa( sin acritud,sin juicios de valor en estos términos, sencillamente creo que las cosas funcionan así) que catalizara la inmensa energía de la manada en esa dirección. Ahora disponemos de un relato dominante, tremendamente poderoso aún. Tan potente que toda tu sabiduría científica y buena voluntad, así como la de otros, se estrella contra él sin casi hacerle mella. Tan potente que los alfas están todos empapados de él. Es el relato de la voluntad de poder.
Tomo prestado de Vicente Serrano y su libro " La herida de Spinoza " el siguiente fragmento:
"Pues bien, una posible respuesta vendría dada en la voluntad de poder nietzscheana. Por eso no puede ser casual que su filosofía, que sirvió a los nazis, sirva igualmente y en mayor medida para la realidad del hombre del siglo XXI y no sólo para sus representaciones filosóficas, que al fin y al cabo no son sino reflejos de las realidades sociales, sino sobre todo para esa cotidianeidad de la adquisición permanente, del crecimiento permanente, de la búsqueda sin fin, de la tendencia ilimitada a la inquietud que nos es propia como modernos. Desde luego, al afirmar esto no afirmamos que los ciudadanos del Occidente capitalista seamos nietzscheanos ni nada parecido, sino sólo que lo que Nietzsche describió en tono profético es en realidad la representación dominante anidada en el seno de las diferencias y de la pluralidad que rige nuestras vidas. Nos referimos a esa representación que hace triunfar la publicidad, que nos hace soñar con la mejora permanente, que nos lleva a los centros comerciales, que obliga a las empresas a seguir reinvirtiendo para crecer, y a los sistemas económicos de los países a medir la salud o la falta de salud de sus economías en términos de crecimiento, de manera que el bien está del lado del crecimiento y la recesión o simplemente el estancamiento son signo de enfermedad o de debilidad, dos de los términos que Nietzsche usaba cuando quería condenar aquello que se alejaba de la voluntad de poder. Esa representación de nuestras vidas, de la sustancia en la que éstas se desarrollan, que nos acompaña diseminada desde que abrimos un periódico por la mañana, que marca nuestra jornada laboral en términos de objetivos de crecimiento a cumplir, o que recuperamos bajo otra forma en el centro comercial donde podemos satisfacer nuestros deseos, o que regresa con nosotros a casa al acostarnos bajo la forma de publicidad, que se cuela en nuestras casas cuando la fatiga nos impide poner resistencias a las imágenes que nos ofrecen las cuatro, cinco o seis pantallas que conviven con nosotros, y que aparece de nuevo la mañana del día siguiente en un auténtico eterno retorno, esa sustancia no tiene por qué ser una representación consciente, y de hecho la mayor parte de las veces no lo es por la sencilla razón de que, como tal, está en todas partes y es tan invisible como la propia luz que nos hace ver las cosas y que nos cegaría si la miráramos directamente. Su efectividad es como la de la luz o como la de un cristal: vemos las cosas a través del cristal, pero si miráramos directamente a la luz no veríamos nada. Nuestra hipótesis es que Nietzsche acertó a describir, como a su modo lo hicieron Marx y Freud, ese elemento constitutivo y difuminado entre las cosas, que le dio nombre y lo elevó a categoría de principio al hablar de la voluntad de poder. Como tal, pues, la voluntad de poder sería entonces el rasgo dominante de nuestras sociedades y como tal estaría impregnado en la mayor parte de sus productos, de sus representaciones, una especie de motor del que resulta muy difícil distanciarse en la medida en que forma parte de nuestras vidas como la atmósfera que respiramos, o es ya casi una especie de sentido común en la versión más literal posible de esa expresión, es decir, una forma de sentir compartida que apenas podemos cuestionarnos porque camina con nosotros, porque pertenece incluso a nuestra formación más inconsciente, porque resulta obvia e indiscutible"
Estoy convencido de que este resultado filosófico, intelectual y moral de la cultura occidental dominante está en la raíz del rumbo que nos ha traído hasta aquí como especie. Hasta este borde extraño donde los límites solo dejan adivinar unas brumas amenazantes ahí delante.