Re: Post: Anticapitalismo y postcapitalismo (AMT)

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anti...post... reflejan lo mismo ...el final del camino.

E.M Cioran

 Volviendo la espalda al tiempo

 Ayer, hoy, mañana: categorías para uso de criados. Para el ocioso suntuosamente
instalado en el Desconsuelo, y al que todo instante aflige, pasado, presente y futuro no
son más que apariencias variables del mismo mal, idéntico en su sustancia, inexorable
en su insinuación y monótono en su persistencia. Y ese mal es coextensivo con el ser,
es el ser mismo.
 Fui, soy o seré, es cuestión de gramática y no de existencia. El destino -en tanto que
carnaval temporal- se presta a ser conjugado, pero desprovisto de sus máscaras, se
muestra tan inmóvil y tan desnudo como un epitafio. ¿Cómo se puede conceder más
importancia a la hora que es que a la que fue o será? El error en el que viven los
criados -y todo hombre que se apegue al tiempo es un criado- representa un
verdadero estado de gracia, un oscurecimiento embrujado; y este error -como un velo
sobrenatural- cubre la perdición a la que se expone todo acto engendrado por el
deseo. Pero para el ocioso desengañado, el puro hecho de vivir, el vivir puro de todo
hacer, es una faena tan extenuante, que soportar la existencia sin más le parece un
oficio pesado, una carrera agotadora, y todo gesto suplementario, impracticable y
nulo.


 Un universo anticuado

 El proceso de envejecimiento en el universo verbal sigue un ritmo de aceleración
diferente al del mundo físico. Las palabras, demasiado repetidas, se extenúan y
mueren, mientras que la monotonía constituye la ley de la materia: El espíritu
necesitaría un diccionario infinito, pero sus medios se limitan a unos cuantos vocablos
trivializados por el uso. Es así como lo nuevo, exigiendo combinaciones extrañas,
obliga a las palabras a funciones inesperadas: la originalidad se reduce a la tortura del
adjetivo y a una impropiedad sugestiva de la metáfora
. Coloca las palabras en su sitio:
el cementerio cotidiano de la Palabra. Lo sagrado en una lengua constituye la muerte:
una palabra prevista es una palabra difunta; sólo su empleo artificial le inyecta un
nuevo vigor, en espera de que el vulgo la adopte, la aje y la manche. El espíritu es
preciosista o no es, en tanto que la naturaleza se huelga en la simplicidad de sus
medios siempre iguales.
 Lo que llamamos nuestra vida en relación a la vida sin más, es una creación incesante
de modas con ayuda de la palabra artificialmente manejada; es una proliferación de
futilidades, sin las cuales nos haría falta expirar en un bostezo que se tragaría la
historia y la materia. Si el hombre inventa físicas nuevas, no es tanto para llegar a una
explicación válida de la naturaleza como para escapar al hastío del universo conocido,
habitual, vulgarmente irreductible, al cual atribuye arbitrariamente tantas dimensiones
como adjetivos proyectamos sobre una cosa inerte que estamos cansados de ver y de
sufrir como era vista y sufrida por la estupidez de nuestros ancestros o de nuestros
antepasados próximos. ¡Malhaya quien, habiendo comprendido esta mascarada se
aleja de ella! Habrá pisoteado el secreto de su vitalidad e irá a reunirse con la verdad
inmóvil y sin atractivos de aquellos en los que las fuentes del Preciosismo se han
secado, y cuyo espíritu se marchitó falto de artificio.

Rostro de la decadencia

 Si, por azar o por milagro, las palabras se volatilizasen nos sumergiríamos en una
angustia y un alelamiento intolerables. Tal súbito mutismo nos expondría al más cruel
suplicio. Es el uso del concepto el que nos hace dueños de nuestros temores. Decimos:
la Muerte, y esta abstracción nos dispensa de experimentar su infinitud y su horror.
Bautizando las cosas y los sucesos eludimos lo Inexplicable: la actividad del espíritu es
un saludable trampear, un ejercicio de escamoteo; nos permite circular por una
realidad dulcificada, confortable e inexacta. Aprender a manejar los conceptos
-desaprender a mirar las cosas... La reflexión nació un día de fuga; de ella resultó la
pompa verbal. Pero cuando uno vuelve a sí mismo y se está solo -sin la compañía de
las palabras
- se redescubre el universo incalificado, el objeto puro, el acontecimiento
desnudo: ¿de dónde sacaremos la audacia para afrontarlos? Ya no se especula sobre la
muerte, se es la muerte; en lugar de adornar la vida y asignarle fines, se le quitan sus
galas y se la reduce a su justa significación: un eufemismo para el Mal. Las grandes
palabras: destino, infortunio, desgracia, se despojan de su brillo; y es entonces cuando
se percibe a la criatura bregando con órganos desfallecientes, vencido por una materia
postrada y atónita. Retirad al hombre la mentira de la Desdicha, dadle el poder de
mirar por debajo de ese vocablo: no podrá un solo instante soportar su desdicha. Es la
abstracción, las sonoridades sin contenido, dilapidadas y ampulosas, lo que le impidió
hundirse, y no las religiones ni los instintos.
 Cuando Adán fue expulsado del paraíso, en lugar de vituperar a su perseguidor se
apresuró a bautizar las cosas: era la única manera de acomodarse en ellas y de
olvidarlas; se pusieron las bases del idealismo. Y lo que no fue más que un gesto, una
reacción de defensa en el primer balbuceador, se convirtió en teoría en Platón, Kant y
Hegel.
 Para no gravitar demasiado sobre nuestro accidente, convertimos en entidad hasta
nuestro nombre: ¿cómo se va a morir uno cuando se llama Pedro o Pablo? Cada uno
de nosotros, más atento a la apariencia inmutable de su nombre que a la fragilidad de
su ser, se abandona a una ilusión de inmortalidad; una vez desvanecida la articulación,
quedaríamos completamente solos; el místico que se desposa con el silencio ha
renunciado a su condición de criatura. Imaginémosle, además, sin fe -místico nihilista y
tendremos la culminación desastrosa de la aventura terrestre.
 ...Es muy natural pensar que el hombre, cansado de palabras, al cabo del
machaconeo del tiempo desbautizará las cosas y quemará sus nombres y el suyo en un
gran auto de fe donde se hundirán sus esperanzas. Todos nosotros corremos hacia ese
modelo final, hacia el hombre mudo y desnudo...


Ahora tiro yo , porque me toca. (El Indio Solari)