Uso público
Esta utopía está plasmada en documentos, pero empieza a ser perfectamente evidente a simple vista: la calle nacida tras la destrucción del muro es un espacio realmente de uso público, un lugar de paso y también de encuentro, sin coches, ni publicidad, ni establecimientos comerciales de lógica privada. Y ya funciona una carpintería de base cooperativa que tras la jornada laboral queda a disposición del barrio. “El objetivo es generar actividad económica que sirva para que la gente viva, pero siempre incluyendo retorno social para Can Batlló y para el barrio”, explica Hernán Córdoba Mendiola, activista de Can Batlló y socio de La Ciutat Invisible, auténtica factoría para la recuperación de la memoria de la Barcelona popular que el franquismo quiso borrar del mapa y hacerla invisible.
En la práctica, los trabajadores de la carpintería ejercen también de maestros de su oficio fuera de la jornada laboral —se organizan cursos— y los medios de producción están colectivizados y al servicio de todo el barrio.
En la calle ha abierto también un “taller de movilidad” —se encuentran y se reparan desde patines hasta motocicletas y el objetivo es que incluya también vehículos a disposición del colectivo—, un pipicán para el barrio y huertos que acabarán nutriendo a grupos de consumo. Además, están ya en la cuenta atrás los proyectos de un comedor popular —con 100 plazas y comidas a cuatro o cinco euros—, una imprenta y hasta una fábrica de cerveza.
Evidentemente, un auténtico barrio necesita viviendas y también en esto los primeros proyectos están muy avanzados. Se ha constituido una cooperativa que construirá 31 viviendas en régimen de cesión de uso, esa fórmula a medio camino entre la propiedad y el alquiler que es habitual en algunos países nórdicos pero prácticamente desconocida aquí: la propiedad de la vivienda es de la cooperativa, pero los usuarios pueden disponer de ella toda la vida —incluso pasarla en herencia a los hijos— y, si se marchan, recuperan lo invertido.
Si hay familias viviendo en el barrio, lo lógico es que haya también escuela: ya está reservado el espacio para una escuela autogestionada vinculada al grupo de pedagogía libertaria de Josefa Martín Luengo, fallecida en 2009 y gran referencia contemporánea de la tradición que creó en Barcelona Francesc Ferrer i Guàrdia.
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