El Hambre y el Colapso Civilizatorio Global en Ciernes, (POR AHORA) Capítulo Venezuela

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El Hambre y el Colapso Civilizatorio Global en Ciernes, (POR AHORA) Capítulo Venezuela

Pedro Perez Vzla


El hambre como estrategia del poder para someter a la población:



Mientras millones morían, la URSS exportaba trigo e invitaba a intelectuales franceses o británicos que volvían a sus países elogiando la buena comida de que habían gozado en Ucrania durante una visita guiada por sus anfitriones soviéticos.

Los nazis alemanes no lo lograron en tan poco tiempo pese a su genocidio industrializado


Henrique Meier / Soberania.org

Mantener a la población hambrienta y desnutrida para garantizar su sumisión no es una estrategia que haya surgido con los Estados totalitarios de los siglos XX y XXI. Los faraones del Antiguo Egipto practicaron esa perversa y deliberada “política” para controlar al pueblo durante el Imperio Nuevo (1570-715 A.C.). En ese periodo, aunque existían tendencias descentralizadoras y revueltas, el Rey-dios estaba respaldado por su poderoso ejército. Además, había una preferencia ideológica generalizada por la estabilidad. Sin códigos legales escritos la voluntad del Faraón era considerada  como lo bueno y justo (maat)[1].

¿A qué se debió la estabilidad y homogeneidad de Egipto? En primer lugar, a sus comunicaciones, que favorecieron el intercambio económico y la unificación social; el tráfico estaba controlado por el guardián del sello real. En segundo lugar, a la geopolítica: las aldeas prehistóricas fueron conquistadas por Narmer en el 3200 A.C, emperador que creó Menfis como su capital. El alto Egipto conquistó al bajo. Y la unidad del Imperio se aseguró por la dificultad de crear alianzas -entre distintas aldeas o ciudades- que hicieran un contrapeso al Faraón. La dificultad de estas asociaciones se debía a la forma del Nilo, pues no se podía hacer algo sin que el vecino inmediato se enterase. Así, todo intento de traición era fácilmente descubierto. En pocas palabras, una vez impuesto el régimen de poder, era difícil derrocarlo.

En tercer lugar, el hierro y la madera solo se obtenían a larga distancia. Únicamente el Faraón contaba con la posibilidad de formar expediciones para importar esos recursos. Se generó un monopolio de materias primas necesarias para el comercio, la vivienda, los templos, las herramientas de labranza y muchos otros objetos relevantes para la vida cotidiana. La homogenización también es atribuible al relativo aislamiento de Egipto provocado por la geografía.

Todos estos elementos cristalizaron en una cosmovisión que contribuyó a fortalecer aún más el orden. Según la mitología egipcia la creación de maat coincidió con el primer amanecer. Cada alba hacía surgir aquel acontecimiento original de las profundidades del pasado; todas las mañanas eran brillantes, un milagro, una repetición de la “primera ocasión”. Ra surcaba cada día el cielo y cruzaba cada noche el mundo subterráneo en su barca. Su reaparición triunfante cada día era la prueba de que tenía el poder para proteger y renovar el mundo ordenado.

Ra contaba con el apoyo de la tripulación de la embarcación del sol. Es decir, la diosa Maat y cuatro babuinos sentados en la proa. Ra tenía un secretario y representante, que era también su hijo: el dios de la luna. La misión de Thot era acabar con cualquier resistencia durante la travesía; imponía y mantenía maat entre dioses y humanos; era el “legislador en el cielo y en la tierra”, procuraba que los dioses permanecieran en sus esferas de actividad, que en la sociedad humana, los distintos colectivos profesionales desempeñaran las funciones que les correspondían, que cada nación respetara las fronteras de las demás y que los campos no transgredieran sus límites. Señor de las leyes enseñaba a los dioses qué era la maat; cuando surgían conflictos, restablecía la paz.

En fin, entre los egipcios, más que entre los mesopotámicos, surgió con toda claridad lo que el antropólogo norteamericano George Foster[2] ha denominado “encapsulamiento”. Foster distingue el miedo a la envidia de los otros y el miedo a su propia envidia. De la primera nacen prácticas muy típicas y universales (al menos en las sociedades campesinas universales), que Foster clasifica en cuatro categorías, a las que estas sociedades han recurrido por orden de prioridad decreciente: esconder su buena fortuna, despreciarla, compartirla simbólicamente, compartirla realmente.

Surgió la división de la sociedad en grupos estancos, castas, órdenes o clases, entre las cuales no se hacen comparaciones, no se echan miradas de soslayo. Cada uno está en su sitio en una ordenación del mundo jerarquizada, diferenciada y arbitraria (somos nosotros quienes lo decidimos, desde el exterior), pero vivida como el orden natural de las cosas. Cabe aclarar que el encapsulamiento tiene lugar lo mismo en el tiempo que en el espacio. Ello por dos razones: para prevenir el conflicto, en ocasiones no es necesario evitar que todo el mundo quiera las mismas cosas, siempre que no las quieran al mismo tiempo. En segundo lugar, porque el tiempo ordenado, calendarizado, orienta a las sociedades, les permite saber que hay días catárticos; los hombres no tienen que matar al vecino al que odian, ni desesperar por el maltrato que han recibido de algún demonio, pues saben que llegará la fiesta, el día del sacrificio, que es el momento instituido para el desquite. No es extraño entonces que Egipto tuviera calendarios complejos.

Debido a su poderío, los faraones lograron intervenir en mayor grado en la vida diaria de sus súbditos. Los censos y los impuestos dan muestra de ello. Pero, tal vez el más importante método para garantizar la preservación del poder impidiendo sublevaciones y sin necesidad de represión armada, fue el control sobre el alimento de las masas que las volvía sumisas e incluso, en las pocas rebeliones que se registraron en ese tiempo, la hambruna parecía recordarles a los siervos que debían obedecer sin cuestionar. Además, no había una red alternativa de poder a la del Faraón. De esa manera, la civilización egipcia fue la más eficaz en el llamado “enjaulamiento” para mantener la estabilidad,- de allí la dialéctica del poder-, lo que a la larga provocaría su ruina. Debido a la protección geográfica del aislamiento y a la dificultad para conspirar de los líderes regionales, este núcleo no perfeccionó sus estrategias, armamentos ni organización militar.

Otro ejemplo histórico del empleo de la hambruna como estrategia del poder, ya en el espantoso Siglo XX, es el caso del “Holodomor” o el genocidio por hambre provocado por Stalin en Ucrania, y al que me he referido en otro artículo publicado en este mismo sitio Web bajo el título: “¿Genocidio o catástrofe humanitaria? Stalin causó en apenas dos años 1932 y 1933, con el auxilio del Partido Comunista de la URSS, la burocracia policial (KGB), y sus verdugos preferidos (entre ellos Beria), la muerte por “hambre” de entre seis y siete millones de ucranianos. Los nazis alemanes no lo lograron en tan poco tiempo pese a su genocidio industrializado. Fue más expeditiva la requisa de todo el cereal a los campesinos ucranianos.

Se trataba de imponer la colectivización de la agricultura a la que los campesinos del inmenso granero del imperio se habían resistido en la década anterior. Para ello Stalin ordenó una guerra contra los «kulakos», los campesinos propietarios, que en realidad fue contra toda la población. La hambruna devastó a la población rural y se extendió a las ciudades. Mientras millones morían, la URSS exportaba trigo e invitaba a intelectuales franceses o británicos que volvían a sus países elogiando la buena comida de que habían gozado en Ucrania durante una visita guiada por sus anfitriones soviéticos.

El cónsul italiano en Járkov, Sergio Gradenigo veía algo más y escribió a Roma:

«Cada vez hay más campesinos que fluyen a la ciudad porque no tienen esperanza de sobrevivir. Traen a los niños a los que dejan abandonados en la esperanza de que se salven y regresan a morir a sus aldeas. Se ha movilizado a los “dvorniki” (porteros) con bata blanca que patrullan la ciudad y colectan a los niños. Se llevan en camiones a la estación de mercancías de Severo Donetz. Allí se selecciona. A los no hinchados se les dirige a unas barracas en Golodnaya Gora donde, en hangares, sobre paja, agonizan cerca de 8.000 almas, sobre todo niños. Los hinchados son transportados en trenes de mercancías hasta el campo y abandonados a 50 o 60 kilómetros de la ciudad para que mueran sin que se les vea. A la llegada a los lugares de descarga se excavan grandes fosas y se echa a quienes llegan muertos»[3].

Mao Tse Tung, tan admirado durante mucho tiempo por la izquierda latinoamericana, no se quedó atrás en esa perversa, cruel e inhumana práctica del poder totalitario. En 1958 Mao proclamó “el gran salto adelante”: abrió un nuevo frente, el de las “comunas del pueblo”, en donde se unían la actividad agraria, industrial, familiar y militar, y el salario igualitario. Entre 1959-1961 se produjeron entre 20 y 43 millones de muertos, víctimas de una hambruna provocada en su totalidad por los proyectos aberrantes de Mao, incluso negándose a reconocer su error político aceptando que se tomasen medidas contra sus desastrosos efectos.

Maduro, al igual que Stalin (agregaría a Mao), expreso en mi artículo “Genocidio o catástrofe humanitaria”:

“…nada ha hecho para revertir en lo posible el ‘genocidio’ en ciernes; por el contrario, ha continuado con la terquedad de un típico comunista negando evidencias y avanzando hacia al abismo, no de él y su familia, pues, al igual que la ‘nomenclatura’ del régimen y los boliburgueses, nada falta en su bien provista mesa, como tampoco los fármacos que necesita, sino de la población en general condenada a una catastrófica situación que sólo podrá mitigarse con su expulsión del poder y de la “secta destructiva” de la que él forma parte protagónica”.

Pues bien, la política de requisa forzosa y acumulación del arroz por parte del régimen totalitario liderado por Mao, sin que la mayoría de los campesinos chinos hubieren sido después compensados, originó la citada hambruna. En 1959 -al contrario de dos años antes- se produce un descenso de los ingresos estatales de cereales; se culpa a los campesinos “que esconden el grano” (como aquí a los empresarios por una inexistente “guerra económica”; por el contrario, es el régimen el que le declaró la guerra a los empresarios y a la economía). En otoño, contra el conjunto de los habitantes rurales se desencadena una ofensiva de estilo militar: por lo menos 10 mil campesinos son encarcelados, y muchos morirán entonces de hambre.

“Se ordena romper todos los utensilios de cocina de los particulares, para impedir de este modo la auto alimentación, incluso se prohíbe hacer fuego, además de torturas sistemáticas a millones de detenidos (a algunos con hierro candente); niños muertos, puestos a hervir, luego utilizados como abono; enterramientos en vida. La mortalidad por hambre supera el 50% en ciertos pueblos; son numerosos los casos de canibalismo, en particular a través de permutas donde se intercambian los niños para comerlos.

Miles de hambrientos intentan comer caldos de hierbas, de cortezas o de hojas de árbol. A esto se añade una mayor sensibilidad a las enfermedades e infecciones, lo cual multiplica la mortalidad, y la casi incapacidad de las mujeres agotadas para concebir o dar a luz a niños. En algunos casos, individuos desesperados se veían obligados a buscar granos de maíz no digeridos en los excrementos de los caballos, y gusanos en las boñigas de las vacas. O a mezclar harina con pasta de papel para la confección del pan, o el plancton de las marismas con el caldo de arroz, ocasionando espantosos restriñimientos y muertes”[4].

Y en Cuba, el también aun admirado por parte la izquierda latinoamericana y europea, el carcamán Fidel Castro que acaba de cumplir 90 años y su hermano, Raúl; el otro anciano en la jefatura del Estado-Partido, o Partido-Estado desde el 2008, a pesar de que no han ocasionado un “holomodor” como los de Ucrania y China, no obstante la política de racionamiento de los alimentos incoada en 1962 por medio de la llamada “Libreta de Abastecimiento” ha significado un grado severo de desnutrición del pueblo cubano que, además de la inculcación ideológica, lo hace sumiso frente al poder. Lo único que ha cambiado en estos 58 años de penurias y cientos de millones de horas de espera en las colas para comprar las magras cuotas, es la reducción continua de las asignaciones a adquirir o la desaparición de muchos productos.

Desde hace años, la carne se sustituyó por media libra -230 gramos- mensual por consumidor de una mezcla de un poco de carne y soya, y 460 gramos (1 libra) de pollo. En un principio se distribuía una libra de manteca de cerdo y otra de aceite comestible, actualmente sólo se adquiere 230 gramos de este último por persona al mes. El jabón de baño se distribuye a razón de una pastilla por persona en meses alternos, igual ocurre con el jabón de lavar. Con este grado de insuficiencia y miseria son asignados el resto de los productos ofertados por medio de la Libreta.

Estos artículos sólo garantizan aproximadamente la mitad del consumo de calorías per cápita diaria de los cubanos, según informe presentado por el gobierno comunista acerca del cumplimiento de las Metas del Milenio, a las Naciones Unidas[5]. No obstante, muchos especialistas no consideran exacta esa apreciación, al valorar que lo recibido mediante la libreta de abastecimiento sólo satisface los requerimientos alimentarios para los primeros 10 días del mes.

Por otra parte, el racionamiento supuestamente aplicado como medida igualitaria, con precios subsidiados, en realidad representa una política social injusta, pues financia a muchas personas que no necesitan esa ayuda; mientras no se protege adecuadamente a amplios sectores sociales. Hoy el salario mínimo es de 225 pesos cubanos y la pensión mínima de 164, (11.25 y 8.20 US dólares, respectivamente) en un país donde un kilogramo de leche en polvo de producción nacional vendido en las tiendas de gobierno cuesta el equivalente a 8.13 dólares, o sea, aproximadamente el ingreso mínimo de un pensionado, el más frecuente.

“Además, hay que señalar que el sistema cubano de racionamiento de alimentos desde sus inicios fue extremadamente irracional e imposible de controlar efectivamente, pues consiste en anotaciones en la libreta de millones de consumidores que no permiten comprobar si efectivamente esas personas adquirieron los productos o si estos tomaron otro destino, como la venta en el mercado negro a precios varias veces superiores a los ofertados en el marco del racionamiento, habiéndose convertido también en una fuente significativa de corrupción”[6].

¿Y qué decir de la hambruna y la desnutrición causada por la narcodictadura militarista, corrupta y comunista en el país? Las redes de camiones que distribuyen alimentos han sido sometidas a ataques constantes, por lo que ahora la comida en Venezuela debe ser transportada con la protección de vigilantes armados. Soldados vigilan las panaderías. Las balas de goma de la policía antidisturbios son utilizadas contra las multitudes desesperadas que asaltan tiendas de comestibles, farmacias y carnicerías. Una niña de 4 años murió luego de recibir un disparo mientras bandas callejeras se peleaban por comida. Venezuela está convulsionada por el hambre.

Hace unos meses, cientos de personas en la ciudad de Cumaná saquearon un supermercado mientras reclamaban por los alimentos. Forzaron la enorme puerta de metal que resguardaba el local y entraron arrebatando agua, harina de maíz, sal, azúcar, papas y cualquier cosa que encontraron. Solo dejaron los congeladores rotos y los estantes volcados. Esto demuestra que, incluso en el país con las mayores reservas de petróleo del mundo, es posible que la gente desate revueltas porque no hay suficiente comida.

En uno de los peores momentos de la nación, el 27 de febrero de 1989, luego de la toma de posesión del Ex Presidente Carlos Andrés Pérez para su segundo mandato (1989-94), se produjo en Caracas un gravísimo disturbio del orden público caracterizado por el masivo saqueo (muy del gusto de mis compatriotas) de abastos, supermercados, negocios de electrodomésticos, etc., supuestamente originado por el aumento del precio de la gasolina que el nuevo gobierno había anunciado. El disturbio fue de tal magnitud que los órganos de seguridad ciudadana no pudieron controlarlo, lo que forzó al Estado sacar a la calle componentes de las fuerzas armadas que, lamentablemente, dejaron cientos de muertos como consecuencia de la acción represiva (“El caracazo”).

Posteriormente el Ex Presidente Hugo Chávez Frías, ya en el poder, afirmó en una de sus insólitas peroratas que la incapacidad del país para proporcionarle alimentos a la población, y la represión del Estado, eran las razones por las que Venezuela necesitaba una revolución socialista, algo absolutamente falso, pues para 1989 no existía el hambre como problema colectivo, ni las colas interminables para adquirir dos paquetes de harina de maíz por persona cuando hay, como tampoco los anaqueles de los centros de comercio de alimentos estaban vacíos como ahora.  Y es que la tal revolución, o más bien “robolución”, en estos 17 años de “desgobierno” destruyó la mayoría de las unidades productivas agropecuarias mediante confiscaciones, expropiaciones y el fomento de las invasiones. El pueblo que cometió el error histórico de elegir a Chávez Frías como Presidente en 1998, ratificándolo posteriormente en el 2000, el 2006 y el 2012, busca cómo alimentarse en medio de la desesperación.

El colapso económico de los últimos años ha incapacitado la producción nacional de alimentos o la importación de los rubros necesarios. Las ciudades se han militarizado por un decreto de emergencia del “ilegítimo” Nicolás Maduro, el hombre que Chávez escogió para continuar su revolución. “Si no hay comida habrá más disturbios”, dijo Raibelis Henríquez, de 19 años, que esperó todo un día para comprar pan en Cumaná donde al menos 22 empresas fueron atacadas en un solo día hace un par de meses. El 87 por ciento de los venezolanos dicen que no tienen dinero suficiente para comprar alimentos, según reveló un estudio reciente de la Universidad Simón Bolívar. Alrededor del 72 por ciento del salario mensual se gasta en la compra de alimentos, según el Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros. En abril, el centro divulgó un estudio en el que demostraba que una familia necesitaría 16 salarios mínimos para lograr una alimentación[7], hoy, con la galopante “hiperinflación” propiciada por las “antipolíticas económicas” del régimen, esa proporción se ha elevado, pues la cesta básica se estima en más de 350.000 bolívares.

En palabras del brillante arquitecto y urbanista, Marco Negrón:

“Con indignación hoy debe reconocerse que Venezuela ha pasado a ocupar los últimos lugares entre sus pares: la más alta inflación, el menor poder adquisitivo familiar, los más elevados índices delictivos, la más sostenida y profunda caída de la economía, una injustificable carencia de alimentos básicos y medicinas esenciales. El mar de la felicidad ha resultado ser un tremedal, materializado en colas interminables para adquirir las cosas más elementales, motines en busca desesperada de alimentos, huida del país de todo el que puede hacerlo. Depresión, tristeza, a veces vergüenza del gentilicio”[8].

Como bien señaló Miguel Henrique Otero en uno de los editoriales de El Nacional[9], esa hambruna que está causando estragos en especial en la población infantil es parte de un “plan deliberado” para mantener sumiso al pueblo. Los dictadores totalitarios confían en que una población hambrienta y desnutrida no tiene la energía suficiente para sublevarse, pero para aquellos que el hambre no les mata la ira, la capacidad de rebelión, como también para quienes tenemos hambre y sed de democracia, libertad y justicia, entonces, allí están las fuerzas armadas bolivarianas, los colectivos paramilitares, y la mercenaria “justicia penal” para reprimirnos. Sin embargo, esa creencia puede llevarlos a equívocos. La Revolución francesa la causó el hambre que padecía el pueblo de París. Ya veremos cómo reaccionará el régimen frente a la movilización programada para el 1 de septiembre, creo que la misma será mucho mayor que aquella del 11 de abril de 2002 que obligó a renunciar al “Gran Timonel” (“la cual aceptó”), oportunidad que fue aprovechada por el señor Carmona y la “plutocracia” con el apoyo de una fuerza armada fracturada, para pretender erigirse en el nuevo dictador por medio de aquel infausto “decreto” que le atribuía plenos poderes, y que fue la causa del retorno al poder del defenestrado Chávez Frías con la ayuda de su compadre el general Baduel, quien pagó con 8 años de cárcel el apoyo que le brindó a su “buen amigo” en esas aciagas horas.

Creo con Fernando Mires que la toma de Caracas el 1 de septiembre para exigir el RR16 “…puede ser –es solo una hipótesis- el comienzo de la victoria decisiva. Si la ocupación de Caracas tiene lugar en forma aplastantemente multitudinaria, la oposición democrática solo tendrá dos alternativas: o ganar o ganar. Pero para que una de las dos se cumpla, hay que, evidentemente, luchar.  Ni en el fútbol ni en la política los partidos se ganan antes de jugar”[10].

…………………………………………

Referencias:

[1] Meier, Henrique. Fundamentos de Teoría político-constitucional. UNIMET, 3ª  versión PDF, Caracas, 2016.

[2] George Foster stands as a challenge to those anthropologists who believe that specialization is incompatible with breadth of view, that scientific and applied work cannot productively be part of one career that historical and long time association with the same community and region tends to narrow comparative insight. For over forty years Foster has been writing and working in anthropology, and during those decades he has pursued his curiosity into a broad range of topics. In this paper, we recall the major contributions of an anthropologist who during a long career has never stopped asking interesting questions and has always followed leads that stimulated new insight. He has specialized, he has generalized, he has applied-all in the pursuit of deepening our understanding of human behaviour. We begin with this topic because Foster’s personal intellectual history is a remarkable instance of the ability, all too rare among senior scholars, to strike out boldly in new directions. Foster was trained, at Northwestern and at Berkeley, in the American historical school of Anthropology. The emphasis of that school, emanating from Boas and his students, such as Kroeber, Lowie, and others, was on meticulous ethnography and historical reconstruction. Like all his colleagues in that generation, Foster began his work along those lines. His early efforts in ethnography, based on field work in California (1939; 1944a) and Veracruz (1940; 1942a; 1943a;1945a), still stand as basic sources. His historical interpretations relating to the precise origins of the earliest Iberian immigrants (1951a; 1952a) and the effect of European culture patterns on those of Latin America (1953a; 1954a; 1960a) were abundantly documented, yet innovative, and stand as classic pieces in ethnohistory and comparative historical reconstruction (also see 1969c).Disponibe en: http://www.lib.berkeley.edu/ANTH/emeritus/foster/bio/fobib.html.

[3]  Disponible en: http://www.abc.es/internacional/20140309/abci-ucrania-genocidio-stalin-201403091201.html

[4]  Disponible en: https://sites.google.com/site/dictadoresmundo/mao

[5] Disponible en: http://www.cu.undp.org/content/dam/
cuba/docs/Informe%20ODM%20espanol%20cuba%202010.pd

[6] Disponible en: http://www.convivenciacuba.es/index.php/economa-mainmenu-56/93-el-racionamiento-en-cuba.

[7]  Disponible en: http://www.nytimes.com/es/2016/06/20/el-hambre-desata-saqueos-en-venezuela-estamos-viviendo-la-dieta-de-maduro-no-hay-comida-no-hay-nada

[8] Disponible en: http://www.abcdelasemana.com/2016/08/12/urbanismos/.

[9] Vid, www.el-nacional.com/

[10] Mires, Fernando. Venezuela: la lógica del revocatorio. Publicado en el Blog de El Grupo Avila, cortesía de Emilio Nouel.


Henrique Meier | Director del Área de Estudios Jurídicos y Políticos del Decanato de Estudios de Postgrado de la Universidad Metropolitana.
• E-mail: hmeier@unimet.edu.ve
• Twitter: @MeierHenrique


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