POST: John M. Greer –"Retrotopía (IX): Una visita al Capitolio"

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POST: John M. Greer –"Retrotopía (IX): Una visita al Capitolio"

Demóstenes Logógrafo
Esta es la novena entrega de la exploración de uno de los posibles futuros expuestos en este blog, utilizando la caja de herramientas de la ficción narrativa. Nuestro narrador finalmente tiene su entrevista con el presidente de la República de Lakeland, hace algunas preguntas, y se prepara para un viaje a un territorio inesperado.
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Finch paró un coche de caballos tan pronto como salimos a la acera, y en un minuto o dos rodábamos a las muchas millas por hora que un caballo puede alcanzar con un trote ligero. En no mucho tiempo salimos de entre los grandes edificios del centro y la cúpula inacabada del Capitolio apareció contra el horizonte. Finch estaba del mejor de los humores, hablando acerca del acuerdo que Meeker había tratado con los Restos, pero yo estaba demasiado nervioso para prestar excesiva atención. Un día y medio en la República de Lakeland había contestado a unas pocas de mis preguntas y había hecho aparecer otras que no había pensado antes, y la entrevista que tenía por delante probablemente determinaría si sería capaz de obtener las respuestas que importaban.

El coche finalmente llegó a una parada, y el cochero bajó de su asiento y nos abrió la puerta. Había estado tan perdido en mis propios pensamientos en las últimas manzanas que ni siquiera había notado que habíamos terminado el viaje, y me sorprendí de encontrar la entrada principal del Capitolio justo delante de mí. Me giré hacia Finch. “¿Aquí, en lugar de la mansión del Presidente?”

Me lanzó una mirada inexpresiva. “¿Quiere decir como la antigua Casa Blanca? No tenemos una de esas. El presidente Meeker tiene una casa en la ciudad, igual que cualquier otro político”. Debía parecer atónito, porque insistió con más seriedad: “Nos deshicimos de toda la pompa imperial-ejecutiva tras la Partición. Me sorprende que tantas de las otras repúblicas la mantengan después de todo lo ocurrido”

Asentí sin convicción mientras caminábamos hacia la entrada principal, subíamos las escaleras y entrábamos. Había un par de guardias uniformados tras las puertas exteriores, los primeros que había visto hasta el momento en la República de Lakeland, pero simplemente nos saludaron con una inclinación de cabeza mientras pasábamos.

Abrimos de un empujón las puertas interiores y entramos en la rotonda. Había un techo provisional a unos doce metros sobre nuestras cabezas, y alguien se había tomado el trabajo de pintar en él un trampantojo de la cúpula tal y como se vería desde abajo. En el medio de la sala había un bloque de mármol de unos noventa centímetros de lado; apenas podía verlo porque algo así como una docena de personas lo rodeaban. Una de ellas, una robusta mujer rubia y pecosa, que vestía un vestido a pálidos cuadros azules, estaba repitiendo algo en voz alta y clara mientras entrábamos:

“Juro solemnemente que, si resulto elegida para cualquier cargo oficial, cumpliré fielmente con las leyes de la República de Lakeland sin importar mis creencias personales, y si no soy capaz de hacerlo en buena conciencia, renunciaré de inmediato, con la ayuda de mi Señor y Salvador Jesús”. Tres repentinos flashes blanco-azulados indicaban que alguien estaba tomando fotos, un pequeño rumor de aplausos resonó contra el techo, y algunas de las personas allí presentes se pusieron a trabajar en la firma de unos documentos allí sobre el cubo de mármol.

Finch me condujo alrededor del grupo hacia una puerta en el lado más lejano de la rotonda. “¿De qué iba eso?”, pregunté con un movimiento de cabeza hacia el grupo del cubo

“Una candidata”, explicó mientras atravesábamos las puertas, “probablemente postulándose para alguna oficina de algún municipio o condado. A muchos de ellos les gusta hacer la ceremonia aquí en el Capitolio y enviar las fotos a sus periódicos locales. No se puede optar a ninguna candidatura a menos que se preste primero ese juramento - bueno, con o sin la parte relativa a Jesús, o cualquier otro que se prefiera poner en su lugar. Había muchos problemas antes de la Segunda Guerra Civil con las personas en el gobierno que insistían en que sus creencias personales se interponían en los trabajos de sus despachos.

“Sí, algo he leído”

“Es por ello el asunto entró en nuestra constitución. Romper el juramento supone ir a la cárcel por perjurio”

Lo tomé en consideración mientras recorríamos el pasillo. Al final del mismo había lo que parecía una oficina de recepción, con un hombre joven posado tras el escritorio. “Hola Gabe”, dijo Finch

“Hola Mike. ¿Este es el Sr. Carr?”

“Sí. Sr. Carr, este es Gabriel Menendez, el secretario de presidente”

“Nos estrechamos las manos y Menendez levantó el teléfono de su escritorio y preguntó, “Cheryl ¿está libre el jefe? El Sr. Carr está aquí”. Una pausa, luego: “Sí, ahora mismo lo mando para allá”. Colgó el teléfono y nos acompañó hacia la puerta del fondo de la habitación “Le verá ahora”

Dejamos los abrigos y los sombreros en el perchero, y atravesamos la puerta. Al otro lado había otro pasillo, y más allá una sala circular con puertas abriéndose en distintas direcciones. A la izquierda una ornamentada escalera espiral iba de arriba abajo a lo que fuera que había en los pisos por encima y por debajo de nosotros. A la derecha había otro escritorio; la mujer sentada en él nos saludó con una inclinación de cabeza y nos indicó la puerta central. Seguí a finch mientras cruzaba la puerta diciendo “Señor Presidente, el Sr. Carr”

Isaiah Meeker, Presidente de la República de Lakeland, esperaba al otro lado de la sala, mirando por la ventana el paisaje urbano de Toledo. Se volvió y caminó en nuestra dirección tan pronto como Finch habló. Parecía mayor que en las fotos que había visto, el pelo muy corto y su icónica barba recortada casi blanca contra el marrón oscuro de su rostro. “Sr. Carr”, dijo mientras estrechábamos las manos. “Encantado de conocerle. Espero que este día y medio no haya sido tiempo completamente perdido”, señaló un lado de la habitación. “Por favor, tome asiento”.
Hasta que no me volví en la dirección indicada no me di cuenta de que había otras en la sala aparte de nosotros tres. Un círculo de sillas rodeaba una mesa baja. Melissa Berger y Fred Vanich, a quienes conocí en la estación de tren de Toledo, estaban sentados allí, y también otras dos personas a las que no conocía. “Stuart Macallan, del departamento de Estado”, dijo Meeker, haciendo las presentaciones. “Jaya Patel, de Comercio. Y por supuesto, ya conoce a Melissa y Fred”.

Estrechamos las manos y tomé asiento. Macallan era el secretario de estado para asuntos norteamericanos, según supe, y Patel tenía una posición similar en asuntos de comercio. “Le pido disculpas por el retraso”, continuó Meeker. “Imagino que ya sabe cómo funcionan estas cosas”

“Por supuesto”

“Y usted parece haber dado un buen empleo a este tiempo, al menos para nuestra industria del vestido”

Esto provocó una risita general, a la que me uní. “Allá donde fueres…”, dije. “Sin embargo, puedo entender que no es algo que suelan hacer los visitantes; El sr. Finch aquí presente pareció me dio su aprobación esta mañana”

Finch enrojeció. “En realidad es algo que puede variar”, dijo Patel. “Algunos de los diplomáticos y hombres de negocios con los que hemos trabajado han terminado comprando toda su ropa aquí - incluso hemos recibido propuestas sobre exportar ropa para vender en el extranjero. Aún así, muchos de nuestros visitantes parecen preferir su bioplástico”. Su encogimiento de hombros parcial mostró, educada pero elocuentemente, lo que pensaba de ello.

“A cada cual lo suyo”, dijo el Presidente. “Pero ha tenido yala ocasión de ver un poco de Toledo, y de indagar sobre alguna de las cosas que hacemos por aquí. Me interesaría conocer su primera impresión”

Lo pensé con cuidado y decidí que un cierto grado de franqueza no estaría fuera de lugar. “En algunos sentidos, impresionado”, dije, “y en algunos sentidos intranquilo. Ustedes, ciertamente, parecen haber salido de los años del embargo en mejor forma de lo que esperaba, sin embargo tengo curiosidad por saber cómo irá ahora que las fronteras están abiertas”

“Eso también es tema de algunas preocupaciones aquí”, concedió Meeker. “Dicho lo cual, hasta ahora las cosas parecen estar yendo sin problemas”

Macallan esperó hasta estar seguro de que su jefe no iba a decir nada más, y entonces se aclaró la garganta y habló . “Una de las cosas que que esperamos que pudiera salir de su visita es una mejor relación con la República Atlántica. Estoy seguro de que sabe cómo de tensas fueron las cosas con Barfield y su gente. Si la Sra. Montrose está dispuesta a ver las cosas de manera más cercana a un nivel de tensión normal, estamos dispuestos a intentar encontrar un punto medio de acuerdo, potencialmente más que un punto medio”

“Fue bastante sorprendente su elección” Observó Meeker. “Espero que le exprese mis felicitaciones personales”

“Lo haré encantado”, dije al presidente, y dirigiéndome a Macallan: “Ciertamente, es algo posible. No sé exactamente qué piensa sobre esto, pero mucha gente en nuestro lado de la frontera está interesada en ver cambios, y ella tiene el mandato más fuerte que ningún otro presidente desde la Partición. Aún así”, me encogí de hombros, “Habrá que ver qué ocurre después de la inauguración”

“Por supuesto”, dijo Macallan

“Una cosa que me interesaría ver particularmente”, dijo Patel, “es un aumento de las oportunidades para el comercio. Obviamente es algo delicado - es una política fundamental para nosotros que la República sea capaz de satisfacer sus necesidades básicas dentro de sus fronteras, y ya sabemos que eso no es algo exactamente popular en los círculos del comercio global. No estamos interesados en el comercio global, pero aún hay cosas que su país produce y nosotros desearíamos poder comprar, y cosas que nosotros producimos que ustedes podrían desear comprar a cambio.”

“Una vez más”, dije, “tendremos que ver qué ocurre, pero no conozco ninguna razón por la que no pudiera ser posible”

Ella asintió y se hizo un breve silencio. La voz monocorde de Vanich lo rompió. “Sr. Carr”, dijo, “usted ha mencionado que encontró algunas de las cosas que hacemos por aquí poco tranquilizadoras. Creo que todos estaríamos interesados en escuchar más de esas impresiones, si fuera tan amable”

Desconcertado, le miré por encima de la mesa, pero su cara era tan impenetrable como la primera vez que le vi. Miré al presidente, que parecía divertido, y asentí. “Si es lo que desean”, dije. “Al principio fue más que nada el “-titubeé buscando el término más adecuado-” aspecto retro, supongo que deliberado, de mucho de lo que había visto: las ropas, la tecnología, la arquitectura, todo eso. Asumo que eso es una opción deliberada, conectada con lo que sea que inspira las políticas de su partido de los Resto”

Meeker asintió “Bastante cierto”

“Pero eso no es lo que realmente encontré más inquietante. Lo que me tiene rascándome la cabeza es que su república parece haberse salido del camino e ignorado cada uno de los consejos que deben haber recibido del Banco Mundial, el FMI, las otras instituciones financieras globales - de hecho, de toda la profesión económica- y a pesar de ello, parecen haber prosperado”

El rostro de Meeker rompió en una gran sonrisa “Excelente”, dijo. “Excelente. Sólo una corrección: no hemos tenido el éxito que hemos tenido a pesar de ignorar los consejos económicos del Banco Mundial y los demás. Lo hemos tenido precisamente porque hemos ignorado sus consejos.”

Le lancé una mirada cautelosa, pero su sonrisa no disminuyó.

“Sr. Carr”, dijo entonces Melanie Berger, “Desde el final del embargo nos hemos acercado cuatro veces al Banco Mundial y el FMI. Estuve presente en los debates que siguieron a cada una. En cada ocasión, sus economistas nos dedicaron largos discursos sobre cuán ineficiente es nuestra manera de hacer las cosas, y cuánto teníamos que seguir sus consejos para resultar más eficientes. Cada vez, les hice una pregunta muy simple: ¿Más eficientes o más ineficientes para qué salidas en función de qué entradas? Ninguno de ellos fue capaz, pareció dispuesto, a darme una respuesta clara”

“Ya tuve una conferencia al respecto en el banco ayer”, le dije

Levantó sus cejas y sonrió. “No me sorprende. Es algo que la mayor parte de la gente sabe aquí, si pretenden saber algo sobre el dinero”

Asentí, tomándolo en consideración. “De modo que están sugiriendo”, dije dirigiéndome tanto a Meeker como a ella, “es que el resto del mundo no tiene ni la menor idea de economía”

“No diría tanto”, dijo el presidente. “Sólo es que nuestra historia nos ha forzado a mirar las cosas de una forma ligeramente distinta, y priorizar cosas distintas.”

Era una respuesta elegante, y asentí. “La pregunta que me viene a la mente en este punto”, continuó, “es si hay alguna otra cosa que usted quisiera ver, ahora que sabe un poco más sobre nuestra república”

“Así es, en efecto”, dije, “lo hay”

Me indicó que continuara

“Cuando hice la lista y la mandé a su gente tras las elecciones, no sabía nada sobre el sistema de niveles, y tengo algunas preguntas serias sobre cómo son las cosas al final de esa escala. He leído un poco sobre el sistema, pero soy realmente escéptico a la idea de que a día de hoy alguien pueda elegir voluntariamente vivir en las condiciones de 1830”

“En realidad, eso es un error de concepto bastante común”, dijo Jaya Patel, con la misma sonrisita de “no lo has pillado” que había visto más de una vez desde que llegué. “Lo único que determina el sistema de niveles es qué infraestructuras y servicios se pagan con los impuestos”

“He visto un buen número de carruajes de caballos viniendo en el tren”, puntualicé. “Eso no es un tema de infraestructura”

“En realidad sí lo es”, dijo ella. “Sin un sistema de carreteras construido para permitir el tráfico de automóviles, los coches y los camiones no son tan eficientes como los carruajes.” Su sonrisa se ensanchó de repente “en términos de capacidad de tiro. Eso no impide a la gente de los condados de nivel uno poseer cualquier tecnología que quieran para su uso personal, si lo desean y pueden pagar por ello”

“Ya lo he entendido”, dije. “Aún así me gustaría ver cómo funciona en la práctica”

“Es algo fácil de arreglar”, dijo el presidente. “¿Alguna otra cosa?”

“Sí”, añadí, “aunque  pienso que tal vez es ir un poco más lejos de lo que les gustaría. Me gustaría ver algo de su ejército”

La sala quedó en un profundo silencio. “Me interesaría”, dijo Meeker, “saber por qué”

Asentí. “Me da la impresión de que todo lo que han conseguido con esta política retro ha sido al precio de unas espantosas vulnerabilidades. La Sra. Berger me habló un poco sobre la guerra con la Confederación y Brasil, y por supuesto ya sabía algo de ello previamente. Obviamente ganaron ese asalto, pero ambos sabemos que la Confederación no estaba en su mejor momento de forma en el 49, y me pregunto sobre su capacidad real para resistir a las armas de alta tecnología modernas”

“¿Como las de la República Atlántica?” Preguntó Meeker, enarcando una ceja

Respondí con un resoplido burlón. “Con el debido respeto, estoy seguro de que lo puede hacer mejor. Estoy pensando en qué podría ocurrir si acabásemos teniendo una zona de guerra o un estado fallido en nuestra frontera occidental.”

“Me parece comprensible”, dijo tras un momento, “y creo que podremos satisfacer su curiosidad sobre ese particular”

“Me gustaría sugerir algo”, dijo Berger al Presidente. “El condado de Defiance está en el primer nivel”

Él le sonrió. “¿Está usted pensando en Hicksville?”

“Sí”

“Tendremos que encontrar a alguien”

“Me viene a la cabeza Tom Pappas”, dijo ella

La cara del presidente se animó y rió. “Sí, creo que Tom lo hará. Gracias Melanie.” se volvió hacia mí. “¿Tiene planes para mañana?”

“Todavía no”

“Bien. Pasado mañana hay unas -creo que lo podría llamar maniobras militares- en un condado del primer nivel a un par de horas en tren de aquí. Si lo desea, puedo pedirle a mi equipo que haga los arreglos necesarios para que vaya allí mañana, eche un vistazo al lugar, pase la noche, vea cómo se las apañan nuestros militares al día siguiente, y vuelva. ¿Le parece bien?”

“Se lo agradeceré”, le dije, preguntándome en qué me estaba metiendo.
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Re: POST: John M. Greer –"Retrotopía (IX): Una visita al Capitolio"

Dario Ruarte
Gracias Demóstenes. Por lo visto hoy sólo tocaba un "artículo de relleno" preparando el salto para mostrar esos dos o tres detalles que faltan (zonas 1830 y el tema militar).

A ver que nos depara el Druida cuando llegue al meollo del asunto.