23 septiembre 2015
http://thearchdruidreport.blogspot.com.es/2015/09/retrotopia-public-utilities-private.html Esta es la cuarta entrega de la exploración de uno de los posibles futuros discutidos en este blog, utilizando la caja de herramientas de la ficción narrativa. Nuestro narrador, habiendo llegado a la capital de la república de Lakeland, descubre que las cosas son aún más extrañas de lo que había pensado… ******************* Había supuesto que la recepción del hotel probablemente no se parecería demasiado a las de otros hoteles que había visto anteriormente, por lo que no me sorprendió. En lugar de las luces brillantes, cámaras de seguridad y kioscos automatizados de check-in a los que estaba acostumbrado, había un cómodo espacio con sofás y sillas alrededor, ornamentadas lámparas de araña arriba y un par de mostradores atendidos por verdaderos seres humanos a un lado; al otro lado, puertas de cristal con marco de madera llevaban a lo que parecía un restaurante de servicio completo. Un botones - ¿era esa la palabra correcta? - vino corriendo a tomar mi maleta tan pronto atravesé la puerta, dijo algo educado y me siguió al mostrador de recepción. “Tengo una reserva”, dije a la recepcionista. “a nombre de Peter Carr”. Me había estado preguntando si el hotel habría regresado al uso de alguna computadora pasada de moda con teclado y pantalla, pero al parecer hasta eso era demasiado complejo para los estándares locales. En su lugar, la recepcionista sacó un archivador de tres anillas, lo abrió y encontró mi reserva en aproximadamente el tiempo que le habría llevado introducir mi nombre en un veepad y esperar a que la respuesta llegara de la nube. “Bienvenido al hotel Capitol, Sr. Carr. Le tenemos registrado por catorce noches” “Es correcto” “Parece que todo fue pagado por adelantado. Si firma aquí”, me acercó un portapapeles con con ahoja de papel y un anticuado bolígrafo. Por fortuna, aún no había olvidado del todo cómo producir una firma no digital, y firmé en la línea al final de la hoja. “Todo cuanto pida al restaurante de aquí”, señaló hacia las puertas al otro lado de la sala, “o al servicio de habitaciones puede ser facturado a la cuenta de su habitación. ¿Cuántas llaves necesitará?” “Sólo una” Abrió un cajón, sacó una llave de auténtico metal con una anilla y una etiqueta con el número en ella. “Aquí tiene. Las escaleras están justo al final del hall; si necesita el ascensor está a la izquierda. ¿Puedo hacer algo más por usted? Que disfrute de su estancia, Sr. Carr” Le agradecí y atravesé el hall seguido por el botones. Mi habitación estaba en el tercer piso, y las escaleras no parecían muy duras, así que le pregunté “¿Le importa si tomo las escaleras?” “En absoluto”, dijo, “viene con el trabajo” Comenzamos a subir las escaleras “¿Reciben ustedes aquí a mucha gente de fuera de la república de Lakeland?” “Todo el tiempo. El Capitolio está sólo cuatro manzanas más allá, y una hilera de embajadas desde aquí hasta allí. La semana pasada sin ir más lejos tuvimos aquí al ministro de asuntos exteriores de Quebec” “No bromee” Había habido rumores durante años de que los quebequenses comenzaron a ignorar tácitamente el embargo aún antes de que Canadá lo rompiera; nosotros teníamos buenas relaciones con Montreal por entonces, pero ese no había sido siempre el caso, y por eso cualquier noticia sobre lo que ocurriera entre Quebec y la república de Lakeland captaría mi atención. “¿gran visita oficial, o algo así?” “Más bien, sí”, dijo el botones. “Una dama realmente hermosa. Había que subir una botella de champagne a su habitación a primera hora cada mañana” Reí. “Menudo desayuno” “Nooo, el desayuno era un par de horas más tardes, con más champagne. Imagínese.” Llegamos a la tercera planta, dejamos la escalera y fuimos hacia mi habitación. “Déjela en la puerta”, dije, refiriéndome a la maleta, “gracias” “Claro” No llevaba dinero de Lakeland para darle la propina, pero supuse que un par de billetes de Atlánticos que llevaba servirían. Afortunadamente estaba en lo cierto; sonrió, me dio las gracias y se dirigió a las escaleras. La habitación era más grande de lo que esperaba, con una cama de tamaño queen-size [NdT: 150 x 190 cm] a un lado y un escritorio y cómoda al otro lado. Sabía que no iba a haber un veebox, pero aún así creía que habría una pantalla o aún un televisor pasado de moda, pero no hubo suerte. Los únicos objetos vagamente electrónicos eran el teléfono del escritorio y una cosa cúbica en la cómoda que tenía un altavoz y algunos diales - una radio, supuse, y decidí dejar lo de encenderla para más tarde. Las ventanas con cortinas en la pared más lejana dejaba pasar una luz difusa; me acerqué y descorrí las cortinas. El botones no bromeaba. Ahí estaba la cúpula del Capitolio, a medio terminar, levantándose sobre una irregular línea de tejados delante de mí. Esto podría estar bien, decidí, y cerré la cortina de nuevo. Coloqué mis cosas y a continuación fui al escritorio y el gran sobre de papel amarillento que había encima. Dentro estaba el cuaderno que Melissa Berger había mencionado, un par de plumas, un fajo de papeles que tenían “BANCO DE TOLEDO” impreso a lo largo de la parte alta de cada hoja, una tarjeta de identificación con mi nombre y foto en ella, una cartera claramente pensada para llevar el dinero y la tarjeta de identificación, y una carta con el membrete del gobierno dándome la bienvenida a Toledo con los correctos términos usuales, encima de la firma del presidente Meeker. Además había una media docena de páginas de instrucciones sobre cómo manejarse en la república de Lakeland que comprendía todo, desde las propinas acostumbradas (había dado demasiada propina al botones, pero no algo extravagante) hasta a quién contactar en tal o cual caso de emergencia. Asentí; claramente el botones no había exagerado cuando habló de muchos visitantes extranjeros. Guardé mi veepad en un cajón del escritorio y tomé la cartera y puse dentro del bolsillo vacío algunos papeles. Primero lo primero, decidí: visitar el banco y arreglar el asunto del dinero, después almorzar algo y luego un rato de paseo. De vuelta en recepción, el conserje estaba tras su mostrador. “¿puedo ayudarle?” “Por favor, necesitaría saber dónde encontrar el banco…” no podía recordar el nombre, busqué los papeles en mi bolsillo “Al salir”, dijo el conserje, “gire a la izquierda, continúe recto una manzana y media, y estará justo en frente” Le miré “¿No necesita saber qué banco?” “Sólo hay uno en la ciudad” Eso me asustó, aunque me las arreglé para no demostrarlo. “De acuerdo, gracias” “Que tenga un buen día”, contestó. Salí por la puerta, giré a la izquierda, caminé por la acera. Un viento frío y húmedo bramaba al pasar, llenando el cielo de jirones de nubes, y no me costó demasiado entender por qué la mayor parte de la gente en la acera llevaban sombreros y abrigos largos; parecían mucho más abrigados de lo que yo me sentía. Incluso en Filadelfia tenemos bastante agua fría, y estaba acostumbrado a la forma en que el frío se notaba a través de los trajes de negocios de bioplástico. Lo que me molestaba un poco, o más de un poco, era la manera en que mi ropa me hacía dar la nota. Mirando atrás, era divertido. Todos en la acera parecían extras de media docena de películas históricas al azar, todo desde los sombreros Fedora y las gabardinas hasta lo que era última moda cuando la ciudad de Toledo era territorio de frontera [NdT: entiendo que se refiere a la época en que el medio Oeste era llamado “la frontera”, en tiempos del “salvaje oeste”], y ahí estaba yo, la única persona en la ciudad con ropas modernas - y se puede suponer quién era el más destacable. Los adultos me lanzaban miradas asustadas y a continuación fingían que no pasaba nada, pero los niños me miraban con ojos como platos como si tuviera dos cabezas de más o algo así. Como decía, resulta gracioso mirando atrás, pero en ese momento eso me hacía sentir agudamente incómodo, y estaba deseando llegar al banco. Era un edificio de ladrillo de tres plantas, en una esquina de la calle. Afortunadamente tenía “BANCO DE TOLEDO - BANCO DEL CAPITOLIO” escrito sobre la puerta, o tal vez hubiera pasado de largo, dado que no se parecía a los bancos a los que estaba acostumbrado. El interior era aún más raro: ni cámaras de seguridad, ni cajeros automáticos, ni guardias con casco y chaleco antibalas patrullando por la galería esperando problemas, sólo una recepción con un recepcionista tras la puerta y una pequeña cola de clientes esperando al cajero. El recepcionista me abordó con un alegre “Hola ¿En qué puedo ayudarle hoy?”, saqué los papeles y uno o dos minutos después fui recibido en uno de los tres pequeños despachos al lado de la recepción principal. Al otro lado del escritorio había un hombre afroamericano de mediana edad con una barba cuidadosamente recortada. “Mi nombre es Larry Jones”, dijo, levantándose a estrechar mi mano, “Encantado de conocerle señor…” “Carr”, dije, “Peter Carr”. Cumplidas las formalidades y una vez sentados, le entregué los papeles; él los revisó, discutimos algunos de los detalles, y abrió un cajón de su escritorio, del que sacó un gran sobre. “De acuerdo”, dijo, “todo está correcto. La única pregunta que tengo en este momento es si ha usado usted dinero en metálico o cheques anteriormente” “Supongo”, dije, “que hace usted esta pregunta con cierta frecuencia” “Hoy día sí”, contestó. “Ha habido algunos cambios desde antes del Tratado” “Apuesto a que sí. La respuesta, sin embargo, es que dinero en metálico sí; cheques -bueno, he visto algunos” “Bien, suficiente”. Pareció aliviado y me pregunté a cuánta gente de los países sin dinero en metálico le habría tenido que explicar los detalles de cómo contar monedas. “Aquí tiene su chequera”, dijo sacándola del sobre. A continuación la abrió y me mostró cómo escribir un cheque. “Aquí”, dijo abriendo de un tirón algo parecido a un cuaderno, “es donde usted tiene que anotar cuánto ha gastado”. Debió captar mi expresión, porque mostró una amplia sonrisa y dijo “Apuesto a que ha pasado largo tiempo desde la última vez que hizo cuentas con un bolígrafo” “Depende de cuánto tiempo sea nunca”, le dije Se rió. “Veamos. Me alegra decirle que podemos ayudarle en eso también”. Abrió otro cajón de su escritorio y me alargó una pequeña pieza plana de latón. “Esto es una calculadora mecánica”, dijo, “Suma y resta por usted” Tomé la cosa y la miré asombrado. “No sabía que pudiera hacerse algo así sin electrónica” “Creo que somos el único país en el mundo que aún hace esto”. Me mostró cómo usar el punzón para deslizar los dígitos arriba y abajo. Una vez lo tuve claro, le di las gracias y metí la calculadora y la chequera en mi bolsillo. “¿Tiene un minuto?”, le pregunté, “Tengo un par de preguntas sobre cómo hacen las cosas aquí, sobre la banca, principalmente” “Por supuesto”, dijo, “pregunte” “El conserje del hotel me dijo que sólo hay un banco aquí en Toledo ¿Es así en toda la república de Lakeland?” “Sí, si se refiere a banca de consumo” “¿Es el mismo banco en todas partes?” “Santo cielo, no. Cada condado y cada ciudad sea del tamaño que sea tiene su propio banco, de igual manera que tiene su propio distrito de aguas o de alcantarillado y demás” “Suena como un servicio público” dije confundido “Eso es exactamente lo que es. Una vez más, esto es un banco de consumo. Tenemos banca comercial privada aquí, pero sólo se ocupan de la banca de inversión - no les está permitido ofrecer cuentas de ahorro y cuentas corrientes, créditos al consumo, pequeños servicios comerciales, esa clase de cosas, de igual forma que a nosotros no nos está permitido realizar ningún tipo de inversión bancaria” Sacudí mi cabeza, desconcertado. “¿Por qué esas restricciones?” “Bueno, eso solía ser ley en los Estados Unidos, entre la década de los años 1930 y los 1980 o así, y funcionó bastante bien - fue después de que cambiaron esas leyes que la economía empezó a descarrilar, ya sabe. Por eso, nuestra asamblea legislativa revirtió el cambio de la ley después de la Partición, y ha funcionado bastante bien para nosotros, también” “No creo que los bancos fueran servicios públicos, tampoco entonces”, objeté “No, eso fue sobre todo mucho antes, y sólo algunos bancos”, admitió. “La cosa es, desde nuestro punto de vista, que hay ciertas cosas que la industria privada hace realmente bien, y algunas otras cosas que no hace bien en absoluto, y los servicios públicos como aguas, alcantarillado, electricidad, tráfico, banca de consumo, ese tipo de cosas, funcionan mejor cuando no se permite a los intereses privados ordeñarlas para obtener beneficios. Sé que ustedes hacen las cosas distintas allá en casa.” “Bastante cierto. Pero ¿no resulta más eficiente dejar esas cosas a la industria privada?” “Depende, Sr. Carr, de lo que quiera usted decir por eficiencia” Eso me intrigó. “Por favor, continúe” Inesperadamente, sonrió. “Doy una charla sobre eso cada año en una de las asociaciones de escuela doméstica aquí en la ciudad. La eficiencia es siempre una ratio, algo es más o menos eficiente en producir algo en función de unos recursos de entrada. Un proceso químico es eficiente si nos devuelve más producto para la misma cantidad de materias primas, o la misma cantidad de energía, o lo que se quiera. La gente de fuera siempre habla de cómo esto o aquello podría ser más eficiente que como lo hacemos nosotros, pero ¿sabe qué? Ninguno de ellos parece ser capaz de responder una simple pregunta: ¿eficiente para qué salidas en función de qué entradas?” Pude ver hacia donde iba la conversación y decidí cambiar el enfoque. “Y tener la banca de consumo como servicio público”, dije, “¿resulta más eficiente para alguna salida en función de alguna entrada?” “No nos preocupamos demasiado por eso”, dijo el banquero, “la pregunta que importa a la mayoría de la gente por aquí es mucho más simple: ¿funciona o no funciona?” “¿Cómo lo cuentan?” “Historia, señor Carr”, dijo él. Estaba sonriendo de nuevo. “Historia”. |
Buf, maestro. Contigo ya es la tercera vez que nos toca la lotería. Anselmo y Abadín fueron los primeros, pero esto es ya el colmo.
Dime un número, que voy a la administración de lotería a comprarlo. Enorme trabajo, y a un ritmo descomunal, que no son traducciones ni cortas ni, para nada sencillas, las del Druida. Gran y enorme trabajo el vuestro, que permite acercar a los que no leen el inglés la obra de estos monstruos como son Gail, Ugo, y el mismísimo Greer!!! Un muy respetuoso agradecimiento y saludo. |
En respuesta a este mensaje publicado por Demóstenes Logógrafo
Por todos los dioses, no sé de dónde sacáis tiempo para traducir, cuando yo no doy abasto simplemente a leer...
La noche es oscura y alberga horrores.
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