Ya que no lo dice el druida en su post, os dejo la traducción de la quinta entrega de la serie.
Saludos, D. ========================================================= 30 septiembre 2015 http://thearchdruidreport.blogspot.com.es/2015/09/retrotopia-change-of-habit.html Volví al hotel para el almuerzo. El viento se había cargado aún más de humedad e iba soltando gotas de lluvia por todas partes; mi ropa era a prueba de lluvia, pero no particularmente cálida, y francamente, envidiaba los sombreros de los transeúntes. Para más inri, no me sentía muy feliz con la manera en que mi ropa de bioplástico hacía que todo el mundo me mirase asustado. Al menos sólo había una manzana y media, y pronto estuve de vuelta en la recepción, y entré al restaurante por las puertas de cristal. Tal vez un minuto más tarde estaba acomodándome en una silla en un cómodo rincón, y el recepcionista de regreso a la puerta, habiéndome prometido la pronta llegada de una camarera. Las solitarias notas de un piano se extendían por el aire, transformándose en una discreta pieza de jazz. Me llevó un momento descubrir que el piano estaba realmente allí en el restaurante, como escondido en un rincón a un lado. El pianista era un chico delgado en la veintena, italoamericano, por su aspecto, y lo cierto es que era bastante bueno. Algunos músicos tocan un jazz relajado porque su fuego se extinguió, o acaso nunca lo tuvieron, pero cuando escuchas a uno que tiene ese fuego interno, y lo mantiene bajo perfecto control mientras toca suave y quedamente, es como ver a alguien dando un paseo agradable sobre una cuerda floja tendida entre rascacielos. El chico era uno de ellos. Me pregunté cómo debía sonar con una cuadrilla de músicos y en una sala llena de gente queriendo bailar. Descansé la espalda en la silla, leí el menú y disfruté de la música y la ausencia de viento. La camarera apareció como se había predicho, y pedí lo habitual en mí, sopa, un bocadillo y una taza de café de achicoria - que se puede encontrar en todas partes de las repúblicas post-EE.UU., otro legado de la crisis de deuda y los duros años que la siguieron. Sabía de mucha gente en Filadelfia que preferían no volver a probarlo, pero había llegado a gustarme y todavía lo paso mejor que el café auténtico. El almuerzo era bueno, la música era buena, y había perdido la prisa por almorzar, por lo que el servicio fue mejor que bueno; cargué el almuerzo a la cuenta de mi habitación, pero dejé una propina de las consideradas buenas. Luego de vuelta al viento en el exterior mientras el chico al piano se lanzaba a tocar “Ruby, my Dear” de un modo que no habría molestado a un joven Thelonius Monk. Tenía muchas preguntas sobre la república de Lakeland, algunas cosas que se me había pedido que investigara y otras que eran más o menos asunto de mi propia curiosidad, y quedarme sentado en el restaurante no me iba a acercar a las respuestas. Fuera todavía había mucha gente en las aceras, pero no tanta como antes. Entendí que la hora del almuerzo había pasado y todo el mundo que trabajaba en un horario normal, fuera el que fuera, estaba de vuelta en su trabajo. Caminé alrededor de la manzana del hotel, buscando puntos de referencia, y empecé a pasear, buscando tiendas, restaurantes y otros lugares que pudieran ser de interés durante mi estancia: algo que me gusta hacer en una ciudad con la que no esté familiarizado si tengo la oportunidad. Había muchos negocios minoristas -las plantas bajas de cada edificio que pasaba tenían tantos como podían caber- pero ninguno era grande, y ninguno de ellos tenía el tipo de logo genérico que te hace ver que estás entrando en una franquicia. Todo lo que sabía sobre negocios decía que los pequeños comercios de mamá-y-papá como esos eran irremediablemente ineficientes, pero podía imaginar lo que el banquero con el que había hablado diría como respuesta a eso, y no quería entrar en eso. La otra cosa que me desconcertó mientras paseaba por las calles era la escasa cantidad de anuncios que había. No me malinterpreten, muchas de las tiendas tenían carteles en las ventanas anunciando tal o cual producto o haciendo el habitual “10% de descuento sólo hoy”; lo que faltaba era el tipo de anuncio publicitario corporativo que se puede ver en cada superficie disponible en muchas ciudades. Ya había supuesto que no habría paneles digitales, pero no había ningún panel en absoluto; las marquesinas de las paradas de tranvía no tenían publicidad por todas partes y tampoco los tranvías; recordé el viaje de la mañana y me dí cuenta de que, básicamente, no había visto ningún anuncio publicitario desde que el tren cruzó la frontera. Sacudí la cabeza, me pregunté cómo la república de Lakeland manejaba eso, y recordando el cuaderno de mi bolsillo, tomé la primera nota en él: ¿Por qué no anuncios publicitarios? pregunta. Estaba a unas seis manzanas del hotel para entonces, dando una vuelta después de revisar las calles del lado oeste del distrito del Capitolio, y entonces se rasgó mi zapato. Fue mi culpa, realmente. Había un grupo de mamás con bebés en cochecitos enfilando la acera en mi misma dirección que yo, pero no tan rápido. Viré sobre el bordillo para rodearlas, midiendo mal mis pasos, y un pedazo de bordillo afilado rasgó el bioplástico. Por suerte no me arañó a mí, pero no había llevado un par de repuesto - aquel era un buen par de zapatos, del tipo que suele durar un par de meses antes de tener que tirarlos. Así que ahí estaba, mirando el lateral desgarrado del zapato, y entonces levanté la vista y la primera tienda que vi era una zapatería, no es broma. Me las arreglé para mantener el zapato destripado en mi pie el tiempo suficiente para llegar a la puerta. El dependiente, un tipo de mediana edad cuyo pelo era de ese color rosado que queda cuando una cabellera de un rojo flamígero comienza a volverse gris, me vio y comenzó con el “Hola ¿En qué puedo ayudarle?” rutinario, que abandonó cuando mi zapato brincó fuera de mi pié. Comenzó a reír, y yo también; recogí el zapato del suelo y dijo, “bien, no creo que haga falta que lo pregunte ¿verdad? Veamos su talla y pongamos algo un poco menos endeble en sus pies” “Uso una talla media-grande para hombre”, dije Asintió mientras me echaba una de esas miradas que se echa a alguien que no lo ha pillado. “A nosotros nos gusta ser un poco más precisos. Tome asiento” Así que me senté; tomó los restos del zapato y los tiró, y a continuación tomó un extraño aparato de metal con partes deslizantes para medir mi pie. “Un 9D”, dijo, “con arco alto. Apuesto a que sus pies le duelen en la zona media cuando pasa mucho tiempo de pie” “Sí”, dije, “tomo pastillas por eso” “Un buen par de zapatos harán un mejor trabajo [que las pastillas]. Veamos, eso es ropa de negocios ¿verdad? ¿espera caminar mucho? ¿espera algún evento formal o semi-formal?” asentí a todo y dijo “De acuerdo, tengo justo lo que necesita” Se marchó y volvió con una caja de la que sacó un par de zapatos de cuero marrón oscuro. “Este marrón combinará bastante bien con la ropa que lleva, y estos no se desgarrarán. Pruébeselos”. Los zapatos me quedaban bien. “Ahí va. Camine un poco y veamos cómo le sientan” Me levanté y caminé alrededor de la tienda. Mis pies se sentían bastante extraños. Me llevó un momento darme cuenta de que era porque los zapatos ajustaban realmente bien. “Están bastante bien”, le dije. “Les dan cien patadas a los que llevaba usted ¿verdad?” “Bastante cierto”, admití. Marcó la compra en una especie de caja registradora mecánica pasada de moda y rellenó una factura de compra a mano; pagué y salí por la puerta. Media manzana más allá, en la misma calle, había una tienda de ropa de hombre. Entré y salí como una hora más tarde vestido como uno de los ciudadanos locales - chaqueta de lana, pantalones de pinzas y chaleco, camiseta de algodón abotonada y corbata, una gabardina y mis ropas habituales en una bolsa de compra. Tenía medio decidido buscar algo menos llamativo antes de cambiar los zapatos, y el dinero no era un problema, así que compré lo suficiente para cubrir la duración de mi estancia e hice enviar el resto al hotel; la factura fue lo suficientemente abultada como para que el dependiente revisara mi identificación y llamase al banco para asegurarse de que tenía suficiente dinero en mi cuenta para cubrirla. Aún así, fue la única complicación, y pasó rápido. De la tienda de ropa volví por el camino por el que había venido, giré una esquina y me adentré tres manzanas en un vecindario con tiendas estrechas, con letreros escritos a mano en las ventanas. El letrero que buscaba, por recomendación del dependiente de la tienda de ropa, era vagamente visible en el cristal de una puerta: S. EHRESTEIN SASTRE. Entré; el espacio de dentro tenía apenas el doble de anchura que la puerta, con estantes llenos de cajas en ambas paredes y un pequeño mostrador con su caja registradora al final. S. Ehrestein resultó ser un hombre bajo y enjuto, con el pelo del color de la lana de acero y una nariz como el pico de un águila. “Buenas tardes”, dijo, y me miró por un momento. “Usted es de fuera - República Atlántica, o tal vez el Alto Canadá. No Quebec o Nueva Inglaterra ¿estoy en lo cierto” “Atlántico”, dije, “¿cómo lo ha sabido?” “Su ropa y sus zapatos son están recién estrenados - me sorprendería si me dijera que los ha llevado mucho mas de una hora. Eso significa que acaba de llegar de fuera - y no lleva sombrero, y siendo sólo las cinco ya tiene esa sombra; no sé por qué, pero parece que nadie de fuera sabe lucir un buen afeitado. Por lo demás, bueno, presté atención a muchos pequeños detalles. ¿Cómo ha oído hablar de esta tienda?” Le dije el nombre de la tienda de ropa y asintió complacido. “Bien, ahí lo tiene. La tienda de Fred Hayakawa; su familia ha estado en el negocio desde media hora antes de que Eva mordiera la manzana, y sus empleados reconocen un buen sombrero, que es más de lo que puedo decir de algunos. ¿Está aquí por negocios o…?” “Política”, dije. “Entonces tengo justo el sombrero para usted. Deje que le mida la cabeza” Una cinta métrica salió de su bolsillo y giró rodeando mi cabeza. “De acuerdo, bien. Siete y cuarto, debería tener algo en las existencias”. Se inclinó detrás de mí, subió una escalerilla de mano y bajó una caja. “Pruébese este, el espejo está ahí” Con el sombrero puesto, mi parecido con un personaje menor de alguna película de Bogart era completo. “Totalmente clásico”, dijo el sastre detrás de mí. “Los sombreros Fedora o Homburg, por supuesto están bien, pero un Pork Pie como este, puede llevarlo donde sea y siempre con clase” “Me gusta”, convine “Bien, aquí lo tiene. Déjeme mostrarle algo” Tomó el sombrero y deslizó un cordón de debajo de la cinta. “En días de viento, cuando se lo ponga, coloque el lazo en el botón de su abrigo, así no lo perderá si el viento se lo quita. Si yo fuera usted lo haría antes de poner un pie fuera de esa puerta” Le pagué, acepté la tarjeta de visita que me entregó y puse el cordón en su sitio antes de salir. El viento había amainado, de modo que el sombrero se mantenía cómodamente en su sitio - y el adverbio es deliberado; mantenía mi cabeza abrigada, y el resto de las ropas eran agradables de un modo en que no lo era el bioplástico. ¿Saben lo que se siente cuando hay un ruido desagradable en el ambiente que no se nota hasta que para, y entonces de repente se dan cuenta de lo mucho que les irritaba? Quitarme el bioplástico fue el mismo tipo de sensación. En la mayor parte de los países hoy en día, todo, desde las ropas a las sábanas o las cortinas, está hecho de bioplástico, porque es barato de producir y convertir en productos que las grandes corporaciones que lo venden sacaron a la competencia del mercado años atrás. Es resistente al agua, fácil de limpiar -es casi una letanía que, por supuesto, estaba por toda la metanet y los medios cuando aún se podía comprar otra cosa. Claro que los anuncios no mencionaban que es endeble y poco fiable, y que se siente húmedo prácticamente todo el tiempo, pero así funciona; lo que hay en las tiendas depende de lo que dé el mayor beneficio para los peces gordos de la industria, y el resto de nosotros tenemos que aprender a vivir con ello. Sin embargo, la república de Lakeland, al parecer, no jugaba con las mismas reglas. El embargo tenía algo que ver, sospechaba, pero aparentemente no iban a permitir que las multinacionales compitieran con los productores locales. Las ropas que había comprado eran mucho más caras de lo que habrían sido sus equivalentes de bioplástico, y me imaginaba que harían falta barreras al comercio para mantenerlas en el mercado. Continué caminando. Dos manzanas más allá, más o menos cuando podía divisar de nuevo la cúpula del Capitolio, pasé por una barbería y vi un letrero en la ventana anunciando corte y afeitado. Pensé en lo que había dicho S. Ehrestein sobre un buen afeitado, reí, y decidí darle una oportunidad. El barbero era un tipo grande, tirando a calvo, con una sonrisa a punto. “¿En qué puedo ayudarle?” “Afeitado y corte, por favor” “Ha llegado a punto. media hora más y habría tenido que esperar un rato, pero así las cosas”, me indicó el perchero y la silla vacía, “póngase cómodo y tome asiento” Dejé mi abrigo, sombrero y chaqueta, y me senté. Me cubrió con el mismo poncho informe que los barberos usan en todas partes, ciñó algo entorno a mi cuello, y empezó el trabajo. “¿nuevo en la ciudad?” “Sólo de visita, de Filadelfia” “Poca broma. Bienvenido a Toledo. ¿Viaje de negocios?”. En lugar del zumbido de la cortadora eléctrica, el claqueo de las tijeras sonaba tras mi oreja derecha. “Más o menos. Intento hablar con algunas personas del Capitolio, hacer algunos contactos, hacer algunas preguntas sobre cómo hacen las cosas aquí.” “Tal vez tenga que esperar un día o dos, según los periódicos ¿Ha oído hablar sobre ese último asunto?” “Sólo que hay algún tipo de crisis” El sonido de las tijeras se movió detrás de mi cabeza, de la derecha a la izquierda. “Bueno, algo así. Una tormenta en un vaso de agua, más bien. Algo en la ley de presupuestos para el próximo año es un órdago lanzado por los Restos, y por eso uno de los partidos que guarda la espalda de Meeker dice que se largará a menos que quiten ese lo que sea” “¿Restos?” “¿No tienen eso ustedes? Aquí los dos bloques políticos son los Conservadores y los Restauracionistas; los Conservadores quieren mantener las cosas más bien del modo que están, y los Restos quieren devolver las cosas a como solían ser. De acuerdo, eche la cabeza para atrás”. Lo hice y envolvió una toalla caliente y húmeda alrededor de la mitad inferior de mi cara, luego siguió con el corte. “Solían ser mitad y mitad, pero hoy día los Restos tienen la mitad más grande - todos los condados rurales yendo a los niveles más bajos y todo eso” “¿Hmmm?” Me las apañé para decir “Oh, cierto, usted probablemente no haya oído hablar de los niveles” “Mm-mmh” “Funciona así: hay cinco niveles, y los condados votan en qué nivel quieren estar. A nivel más bajo, pagará impuestos más bajos, pero obtendrá menos infraestructuras y materiales. Toledo está en el quinto nivel - tenemos electricidad, teléfonos en cada casa, buen pavimento en las calles, así que podemos conducir un coche, si nos lo podemos permitir, pero pagamos un ojo de la cara cuando llega la temporada de impuestos” “Mm-hmmm” Quitó la toalla, comenzó a extender espuma caliente con la brocha por mi cara. “Así que el nivel cinco tiene una fecha de base de 1950 - lo que significa que tenemos más o menos el mismo nivel de servicios que tenían aquel año. Los otros niveles van bajando de ahí- el nivel cuatro tiene una fecha de base de 1920, el nivel tres es 1890, el nivel dos 1860 y el nivel uno 1830. Si vives en un condado de nivel uno, tienes policía, tienes carreteras de tierra, y no mucho más. Por supuesto, los impuestos bajan muchísimo, también”. Dejó la brocha y abrió con un chasquido una rasuradora pasada de moda, y comenzó a trabajar en mi barba descuidada. “Ese es el tema. No hay subsidios para la tecnología de nadie - está en la constitución. Si lo quieres, paga todos los costes, de la cuna a la tumba. No se los puedes echar encima a otro. Eso es por lo que los Restos están en armas. Piensan que algo en el presupuesto esconde un subsidio para he olvidado que tecnología de un nivel alto, y eso es una línea roja para ellos” “Mm-hmmm”, dije de nuevo. “Lo acabarán arreglando. Así funciona”. Movió los labios a un lado e imité el movimiento. “Meeker ha manejado asuntos así más de una docena de veces antes - es bueno. Si permitiéramos a nuestros presidentes tener un segundo mandato, él lo conseguiría. Ahora del otro lado”. Moví mis labios hacia el otro lado. “Así que sacarán lo que sea del presupuesto o lo pondrán en una tasa de usuario, o vendrán con algún truco que haga que todo el mundo esté contento. No es un gran asunto. Nada como la pelea sobre el tratado, o diez años atrás cuando Mary Chenkin fue presidente, cuando los Restos querían borrar el quinto nivel tal que así. Eso fue una verdadera trifulca. Tan cerca como estoy del Capitolio, puede creer que he tenido que oír todas las versiones”. Termino el afeitado, me enjugó los últimos restos de jabón con otra toalla húmeda y caliente, luego me masajeó con algún tipo de bálsamo con aroma de laurel que picaba un poco. Un cepillo revoloteó alrededor de mis hombros y luego quitó el cuello y el poncho. “Ahí lo tiene” Me levanté, revisé el corte en el gran espejo de pared, recorrí mi mejilla con los dedos; estaba asombrosamente suave. “Muy bien”, dije. Mientras sacaba la cartera pregunté al barbero: “¿Cree que Toledo bajará algún día a un nivel inferior?” “La gente habla de ello”, dijo. “Quiero decir, está bien tener algunos de los servicios que tenemos, pero cuando vienen los impuestos todo el mundo dice ‘¡Ouch!’. Yo podría vivir fácilmente en el nivel cuatro, y mi negocio “, abarcó la barbería con su gesto, “salvo por las luces, bien podría estar en el nivel uno. Muchos negocios funcionan de la misma forma, tiene más sentido”. Me dio el cambio con una sonrisa “y permite hacer más dinero”. |
Entretenido el relato. Se agradece la traducción . Saludos.
Ahora tiro yo , porque me toca. (El Indio Solari)
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En respuesta a este mensaje publicado por Demóstenes Logógrafo
Gracias por la traducción Demóstenes. Se agradece de verdad a los que hacéis estos esfuerzos desinteresados por los demás.
Un saludo! |
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