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POST: Una economía de alucinaciones

Spengler
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Una economía de alucinaciones

Llevo ya unos cuántos artículos en este blog hablando de la situación actual en que se encuentran las economías de los principales países occidentales y sus perspectivas de futuro. He hablado de progreso tecnológico, de automatización de procesos productivos, de globalización y de políticas neoliberales. Sin embargo, hay un factor crucial en la economía de hoy en día que de momento sólo he nombrado muy de paso. Me refiero al papel del dinero.

Con el dinero pasa una cosa muy curiosa. Todo el mundo está de acuerdo en que el dinero por sí sólo no tiene ningún valor, más allá de lo que te puede calentar un billete, o de lo que te den a cambio del peso en cobre de tu moneda. Que el dinero no es más que un símbolo que utilizamos en nuestra cultura para decidir qué parte de riqueza se queda cada uno.

Todo el mundo, creo, estará de acuerdo con estos hechos, si alguien se los expone. No obstante, en cuanto olvide la exposición, sin darse cuenta la mayoría volverá a pensar y actuar como si el dinero tuviera un valor intrínseco; como si el dinero y la riqueza fueran una y la misma cosa.

Alguien puede argumentar que este automatismo es útil y no hace ningún daño, pues después de todo, aunque el dinero no sea lo mismo que la riqueza real, sí que la representa, y cuánto más dinero tengas, más riqueza real podrás obtener. Al final, si uno representa lo otro, para ver cuán rico es un país sólo hay que fijarse en cuánto dinero (ajustado por la inflación) existe en ese país, ¿no?

La ingenuidad que impregna el anterior razonamiento es probablemente uno de los motivos principales de que la ciencia económica actual esté tan llena de absurdidades y sinsentidos, y de que los economistas convencionales no se den cuenta del enorme tamaño de los disparates que acostumbran a decir en voz alta.

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Abra el lector cualquier diario convencional en la sección de economía, entre en cualquier web convencional de noticias de negocios, y verá muchos números y estadísticas, prácticamente todas ellas expresadas en dólares, o en euros, o en cualquier otra divisa. En el texto se congratularán de lo mucho que están aumentando dichos números, o bien lamentarán lo poco que están creciendo, ya sean los niveles de facturación de las empresas, su cotización en bolsa, los precios de las viviendas, o bien el PIB del país.

Ese aumento es el objetivo final. Una cantidad mayor es a todas luces preferible a una cantidad menor, pues indica que el progreso económico va a buen ritmo, lo que es indiscutiblemente una buena noticia. Incluso muchos de los que deploran los abultados beneficios de las grandes empresas están convencidos de que estas ganancias empresariales son en sí mismas riqueza y progreso económico, y que lo único que haría falta en este caso es redistribuir esta riqueza y este progreso de una forma más equitativa entre la sociedad. Atrévete a poner en duda esos postulados, y automáticamente te convertirás, a ojos de la mayoría de personas, en un radical de ideas excéntricas.

Esta visión tan extendida está fundamentada en la suposición, consciente o no, de que el valor monetario que le adjudicamos a la riqueza es perfectamente adecuado y refleja fielmente todas las características relevantes de dicha riqueza. Desgraciadamente, esta suposición no aguanta el más mínimo análisis riguroso.

Primero aclaremos qué queremos decir con la palabra riqueza. Con el término riqueza englobamos todos los bienes y servicios que directa o indirectamente ayudan a satisfacer las necesidades humanas: desde productos agrícolas, viviendas o automóviles hasta el aire que respiramos, la luz del sol que nos llega cada día, el agua del subsuelo, el papel polinizador de las abejas o los músculos de alguien en buena forma física. Por lo tanto, con el término riqueza englobamos cosas muy diferentes.

El dinero, por su parte, se utiliza como vara de medir, con el que se pueden comparar los diferentes tipos de riqueza en una misma escala numérica. Es nuestro aparato de medición de la economía. Para mucha gente este es uno de los puntos fuertes del dinero, pues si tuviéramos que estar pendientes en cada momento de cómo evoluciona cada tipo concreto de riqueza, ¡nos volveríamos locos! En cambio, gracias al dinero, un solo número es suficiente para darnos una idea aproximada de cuán rico es un país.

No obstante, nada asegura que dicho aparato de medición muestre fielmente todas las características importantes de los diferentes tipos de riqueza (su utilidad, su abundancia o escasez, la cantidad de trabajo empleada en ella, etc.). En la práctica, el valor monetario que reciben los bienes y servicios queda distorsionado de diferentes formas, de forma que algunos son sobreestimados en relación con cualquier criterio objetivo que podamos encontrar mientras otros son infravalorados o directamente ignorados.

Con diferencia el caso más destacado de riqueza infravalorada es el de los recursos naturales, los cuales han sido históricamente despreciados por los economistas. Como nadie tiene que pagar a la naturaleza por los recursos naturales, tradicionalmente se los ha considerado una irrelevancia y no se les ha asignado ningún valor monetario. Son gratuitos. ¿Cuánto le cuesta, por ejemplo, a una empresa petrolera obtener un barril de petróleo? Lo que le cueste extraerlo del subsuelo. No tiene que pagar nada al subsuelo ni a los organismos fotosintéticos que acumularon esa energía durante millones de años a cambio de dicho petróleo. Por eso a poca gente le chirría que a la extracción se le llame producción.

Como a los recursos naturales no se les adjudica un valor monetario no son detectados por nuestro aparato de medición de la economía (el dinero), y no son tenidos en cuenta en ningún análisis económico convencional. Por eso, según nuestras herramientas de medición, cuantos más recursos se extraen del entorno más rico es un país, por muy absurdo que sea esto.

Los recursos naturales son el caso más notorio de bienes cuya importancia es subestimada o ignorada al traducirlos a una unidad monetaria, pero en ningún caso el único. En general, toda la riqueza que no sea comprada o vendida a cambio de dinero no entrará en ninguna estadística económica, y por lo tanto oficialmente no existirá. Hoy en día en Occidente, y de forma creciente en muchas otras partes del globo, esta limitación puede no parecer grave, pues tal como dije en “El rey ha muerto, ¡que viva el anterior!”, nunca antes el ideal de reducir todas las relaciones humanas a un intercambio comercial y monetario había llegado tan lejos como ahora. De este modo, cualquier forma de satisfacer las necesidades humanas que no implique el pago de dinero no forma parte de la economía y no merece la pena ser tenida en cuenta.

Y de igual forma que el valor de algunos tipos de riqueza es infravalorada, otros tipos de bienes reciben un valor monetario injustificadamente elevado. Pensemos por ejemplo en las astronómicas tasas universitarias que lleva a millones de norteamericanos a sumergirse en montañas de deuda, en los fármacos de miles de dólares la pastilla o en las ridículamente sobrevaloradas "obras de arte moderno". De bien seguro que habrá expertos dispuestos a explicar por qué estos bienes y servicios merecen un valor tan elevado, pero seamos sinceros: no lo valen bajo ningún criterio sensato.

Así, al englobar todos los tipos de riqueza en una unidad común y medirlo todo en dicha unidad podemos perder de vista lo que ocurre con algunos bienes fundamentales, ya que el lenguaje monetario distorsiona y nubla el valor de la mayoría de bienes.

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Hay otra circunstancia relacionada con lo anterior que complica aún más la situación. Como el dinero y la riqueza real no se rigen por las mismas leyes (por ejemplo, la capacidad para crear dinero es virtualmente ilimitada, en contraste con la riqueza real, cuyos límites – tanta cantidad de materia prima disponible, tanta cantidad de personas aptas para trabajar, etc. – son bien presentes), éstos tienden a desacoplarse y perder el equilibrio el uno con la otra.

En teoría, cuando la cantidad de riqueza y la de dinero evolucionan de forma diferente, este desequilibrio se reflejará en un cambio en el nivel de precios. Por ejemplo, en el siglo XIX, cuando la capacidad de producción de dinero, artificialmente limitada por el patrón oro, no podía seguir el ritmo de producción de bienes y servicios en una economía industrial en pleno auge, el resultado más común era la reducción en los precios, o deflación. En contraste, cuando se crea dinero a una velocidad superior a la que se aumenta la riqueza, el resultado acostumbra a ser el aumento de los precios, o inflación.

También puede ocurrir, no obstante, que el desequilibrio entre dinero y riqueza pase desapercibido, y no sólo por las conocidas manipulaciones de los índices de inflación por parte de los gobiernos. Hoy en día estamos en una situación de este tipo, pues aunque el desequilibrio entre dinero y riqueza ha llegado a un punto verdaderamente esperpéntico, esto no se ha traducido en una inflación desbocada. Vamos a ver cómo hemos llegado hasta aquí.

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Mucha gente sigue pensando que el gobierno, o el Banco Central, es quien se encarga de crear dinero. Esta visión, aunque popular, es incompleta. Quien crea la mayor parte del dinero son los bancos privados, que crean dinero de la nada cuando conceden préstamos. El dinero que te presta el banco para que te compres una casa no proviene de ningún diligente ahorrador que haya depositado sus ahorros en el banco. Simplemente, el banco invoca ese dinero de la nada con unos cuantos clics de ratón.

Así, en el momento en que alguien pide un crédito y contrae una deuda, se crea dinero. Es en este sentido que la mayor parte del dinero es deuda. Esto acostumbra a provocar incomprensión y a escandalizar a la mayoría de gente, pero en una economía real en crecimiento este sistema tiene sentido.

En una economía en crecimiento, quien ha contraído la deuda puede invertir ese dinero en la producción de bienes y servicios (puede dedicar los recursos a construir una fábrica, por ejemplo, o a abrir una tienda) y la inversión, de media, le reportará beneficios, con los que podrá devolver el dinero prestado. Cuando devuelva el préstamo, a su vez, la deuda quedará saldada, y el dinero desaparecerá.

En una economía en crecimiento, la inversión común genera beneficios, ya que a lo largo del tiempo la producción de bienes y servicios aumenta. La idea tan extendida de que el dinero genera dinero proviene de vivir durante mucho tiempo en esta situación. Así, en una economía en crecimiento, la creación de dinero (y de deuda) se equilibra con su destrucción, cuando los préstamos son devueltos.

¿Pero qué ocurre cuando la economía real deja de crecer como antaño, y va acercándose más y más a una situación de estancamiento o de declive? Esta es la situación a que nos hemos estado dirigiendo durante las últimas cuatro décadas en los principales países occidentales, desde el fin de la Edad de Oro posterior a la Segunda Guerra Mundial, por diferentes motivos que ya hemos tratado otras veces (escasez y encarecimiento de recursos naturales, rendimientos decrecientes del progreso tecnológico, declive internacional, etc.).

En estas condiciones, la inversión típica genera cada vez menos beneficios, y los proyectos rentables de inversión en la economía real cada vez son más escasos. En este punto el sistema, diseñado para épocas de bonanza económica y crecimiento sostenido, deja de ser adecuado, y los desequilibrios entre la economía real de los bienes y servicios y los símbolos que usamos para gestionar dicha economía real se hacen cada vez más pronunciados.

(El hecho de que las grandes empresas aumenten enormemente sus beneficios no invalida este análisis, pues dichos aumentos se deben en su mayor parte a factores que no influyen en lo rica que es la sociedad en su conjunto: se quedan con mayor cuota de mercado al absorber o echar a codazos a sus competidores, explotan las ventajas de los mercados no occidentales, utilizan para su beneficio la mayor capacidad de negociación que tienen ante los trabajadores, especulan en la economía no productiva, etc.).

Aunque la situación haya cambiado, la sociedad sigue viviendo en el antiguo paradigma, según el cual “abrir el grifo del crédito” (concesión de préstamos, creación de deuda) incentiva la inversión en la economía real, lo cual en teoría generará más puestos de trabajo, más bienes y servicios, es decir, más riqueza y prosperidad. Por lo tanto, el proceso de creación de dinero (o deuda) sigue intacto. Pero como las inversiones en la economía real dejan de reportar las ganancias de los viejos tiempos, las promesas de devolver el dinero prestado y saldar las deudas empiezan a ser cada vez más incumplidas, y por lo tanto el mecanismo de destrucción de la deuda queda debilitado, por lo que, si no se minimiza el proceso de creación, se genera un desequilibrio creciente entre la economía real (los bienes y servicios) y la cantidad total de dinero (deuda) en circulación, que se va acumulando a lo largo del tiempo.

La cantidad de dinero aumenta de esta forma mucho más rápido que la riqueza real (aun cuando ésta llegue a aumentar). La gente sigue con la mentalidad de otros tiempos, según la cual el dinero genera dinero, y busca en el mercado las inversiones que generen mayores retornos. Y en ausencia de proyectos atractivos en la economía real, se vuelven más apetitosas otras opciones, generalmente de carácter especulativo, que ayudan a inflar la gran burbuja del dinero, de la deuda, de la riqueza ficticia, existente sólo en cuentas bancarias, pero no en bienes y servicios.

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En este contexto, una de las opciones de inversión más atractivas es la compra de viviendas. La vivienda es considerada un bien seguro y si se alquila puede dar unos retornos decentes, lo que contrasta con los problemas y las incertidumbres que acarrea iniciar un nuevo negocio o hacer inversiones de capital en los negocios existentes.

Esta fijación con la compra de viviendas como inversión ha tenido enormes consecuencias. Una de ellas es el incremento a largo plazo de los precios de los inmuebles, lo que ha hecho que cada día sea más imposible, para alguien con unos ingresos moderados, comprarse un piso, por muy escuálido que sea, en las principales ciudades occidentales, y cargándose por el camino el tejido social de éstas (probablemente los incrementos de precios de los inmuebles se deban también a otros factores –desequilibrio entre oferta y demanda, etc.- pero es difícil defender que el uso de estos como elemento de inversión no tenga nada que ver).

El precio de la vivienda nueva en España, por ejemplo, creció más de un 500% entre 1985 y 2012, más que triplicando con eso la tasa oficial de inflación (y la situación llegó a ser más extrema en 2007, en el punto álgido del boom).

El sector ha sido un gran proveedor de burbujas especulativas, caracterizadas por un aumento muy rápido de los precios de los inmuebles durante las cuales el precio de las viviendas aumenta muy rápidamente, antes de colapsar. Estas burbujas actúan de forma temporal como motores de una economía real que languidece (generando actividad, puestos de trabajo, etc.) durante periodos de tiempo considerables, hasta que la burbuja peta, esa riqueza imaginada se convierte de la noche a la mañana en “activos tóxicos” de los que hay que deshacerse, y la sociedad se da cuenta de lo artificial y temporal de esa prosperidad. Hoy, apenas una década después del estallido de la burbuja inmobiliaria de Estados Unidos que desencadenó la Gran Recesión, se observa una vez más la existencia de precios escandalosamente inflados en varios países, como Canadá, Australia, Suecia o los mismos Estados Unidos. Podemos emular a Ben Bernanke y negar que se trate de nuevas burbujas, pero eso no las salvará del pinchazo, y de las consecuencias que puede tener en la economía real.

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Otra oportunidad seductora para los inversores lo constituye el mundo de la bolsa. Su carácter especulativo es menos evidente que en el caso de la vivienda, pues en un mundo dominado por las grandes empresas, ¿no es una fantástica idea obtener un pedacito de éstas y disfrutar de una pequeña parte de sus enormes beneficios? En teoría, con tu inversión estás ayudando a las empresas a obtener financiación para sus actividades en la economía real. Ellas, a su vez, teóricamente te devuelven el favor con sus continuas innovaciones y mejoras, que te van reportando beneficios mientras estás cómodamente sentado en el sofá. Y si a eso le añadimos la supuesta función de la bolsa como indicador fiable de la situación económica (los inversores actúan e invierten racionalmente intentando maximizar su beneficio y todo eso) todo el mundo sale ganando, tú, la empresa y la sociedad en su conjunto. Así que, “¿a qué estás esperando? Tenemos unos productos que están rindiendo extremadamente bien ahora mismo”.

No obstante, el mercado bursátil comparte con el inmobiliario una característica que la hace aún más atractiva para los potenciales inversores: no mantiene una relación directa con la producción de bienes y servicios, con la economía real (o mejor, sólo lo hace en la mente de los más ingenuos creyentes en las supersticiones económicas), y por lo tanto no está sujeto a las limitaciones de ésta. Así, el valor de una acción no tiene por qué tener ninguna relación con las ventas que tenga la empresa o con lo rentable que sea ésta.

Es por eso, por ejemplo, que una empresa como Tesla, que acumula año tras año de pérdidas multimillonarias y cuyo volumen de ventas es insignificante comparado con el de los grandes fabricantes de automóviles, tiene un valor en bolsa superior a General Motors, uno de esos grandes fabricantes, y que, a diferencia de Tesla, tiene beneficios.

Por mucho que se intente, hablando del brillante futuro que por inevitablemente le espera a la empresa norteamericana, la sobrevaloración de Tesla no puede ser explicada por ningún criterio racional. Sí puede explicarse por el carisma de su CEO, Elon Musk. Musk llena de temor reverencial a muchos adoradores de la rama tecnológica del Progreso. Cumple el papel de Mesías. Es el hombre que les viene a traer el Futuro Prometido: colonias extraterrestres, cohetes para viajes en la Tierra, Hyperloop, etc. Para quien no conozca las pasiones que mueve Musk, en este artículo de La Vanguardia tenemos una divertida muestra de esta admiración propia de una quinceañera ante su cantante favorito:

“Todo el mundo quiere a Elon Musk. El fundador de una compañía futurista tras otra es un mago moderno. De su chistera salen cohetes, tuneladoras, fábricas gigantes de baterías y coches eléctricos por igual. Si Elon Musk tiene un defecto aparente es su pesimismo optimista.

Pero no te dejes engañar. El sudafricano seguramente sea mucho más inteligente que tanto el escritor de este artículo como sus lectores. Sus palabras resuenan como un nuevo evangelio. Distribuido en versículos de 140 caracteres, el verbo de Elon es rápidamente diseccionado en búsqueda de un sentido oculto que vaya más allá de lo aparente.”

Musk es tremendamente bueno a la hora de excitar los puntos más sensibles de nuestra psique colectiva, con lo que consigue que los inversores le sigan dando dinero para que continúe con su ritmo de “cash burn”. Pero Tesla no es ni de lejos la única empresa cuyo tamaño en bolsa no tiene ninguna relación con las ventas, o la cuota de mercado, u otro criterio racional. De hecho, una gran parte de empresas relacionadas con las tecnologías de la información tienen un tamaño en bolsa extremadamente inflado en relación con su desempeño como empresa.

Twitter, por ejemplo, es otra de las empresas que no ha llegado nunca a tener beneficios (los ingresos por publicidad no llegan a cubrir los gastos), lo cual no le impide tener una valoración nada despreciable. Otra es Uber. Airbnb estaba en este club hasta el año pasado, cuando tuvo los primeros beneficios netos. En general, en los últimos años se ha multiplicado la cantidad de startups de apps con cotizaciones superiores a 1.000 millones de dólares a pesar de no haber tenido jamás beneficios. E incluso gigantes con enormes ganancias como Amazon tienen un valor mucho mayor al que correspondería a éstas. De hecho, en los últimos años lo que más lo está petando son las acciones de los gigantes FAANG (Facebook, Apple, Amazon, Netflix y Alphabet de Google).

Todo esto ha llevado a multitud de analistas a alertar de que estamos en una burbuja especulativa relacionada con las empresas “tecnológicas”, y que tarde o temprano va a tener que estallar.

Obviamente muchos se han opuesto a esta visión: según ellos las expectativas de futuro de la mayoría de estas empresas son enormes, ya que están revolucionando la forma en que hacemos las cosas y sus beneficios futuros justifican su valoración actual. La innovación descontrolada está cambiando nuestro mundo con una rapidez vertiginosa y hay dos opciones, adaptarte o ser aplastado por los acontecimientos.

Quienes se sienten atraídos por esta narrativa deberían ir con cuidado, pues cosas muy similares se decían hace unos 20 años, en vísperas del estallido de la (primera) burbuja tecnológica en 2000.

Más en general, los mercados bursátiles alrededor del globo están en muy buen momento, lo que ha llevado a algunos analistas a ver en ello una señal de que la economía mundial vuelve a despegar con fuerza y una respuesta al aumento de los beneficios empresariales. Pero es difícil dar con un ejemplo más claro de cómo el mundo de las finanzas puede nublar la vista sobre lo que pasa con la economía real, pues en realidad la economía global sigue con su crecimiento anémico, marcado por la ralentización de China, y los valores bursátiles no van acordes con los resultados de las empresas.

La bonanza probablemente esté más relacionada con el desequilibrio entre una economía real que no está para muchos trotes y unas políticas expansivas de los Bancos Centrales (Reserva Federal, Banco Central Europeo, Banco de Inglaterra, etc.), aumentando la oferta de dinero (con las sucesivas fases de Quantitative easing en Estados Unidos o en Europa, por ejemplo).

Nuevamente, en una sociedad de individuos racionales intentando maximizar sus beneficios y en ausencia de alternativas atractivas en la economía real, la mayor parte del aumento en la cantidad de dinero en circulación se va rápidamente a estos mecanismos especulativos y desconectados de la producción de bienes y servicios, y por lo tanto no constreñidos por los límites de éstos.

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De igual forma, empresas que en teoría se dedican a producir riqueza real han visto que invertir en productos financieros era más rentable que seguir con sus actividades tradicionales, y han actuado de acuerdo con eso. En Estados Unidos, donde este proceso de financiarización ha llegado más lejos que en ningún otro sitio:

“Desde la década de 1980 las empresas del sector no financiero han invertido cada vez más, no en la producción de bienes y servicios, sino en instrumentos financieros. La economía productiva […] ha abandonado cada vez más la producción en favor de travesuras financieras. Los ingresos relacionados con las finanzas, incluidos los intereses, las ganancias en divisas y las inversiones en el mercado de valores, han aumentado de aproximadamente 1/8 de las ganancias corporativas a alrededor del 30%. En el sector manufacturero, el paso de las estrategias de producción a las estrategias financieras ha sido aún más dramático, llegando a una relación de ingresos / ganancias financieras tan alta como 60% después de 2000.

Los ejemplos más conocidos de este tipo de financiarización son quizá los brazos financieros de los fabricantes de automóviles. General Motors estableció su brazo financiero General Motors Acceptance Corporation (GMAC) en 1919 y Ford estableció su proveedor de servicios financieros Ford Motor Credit en 1959. Antes de la década de 1980, la función principal de estas instituciones financieras era proporcionar a sus clientes automotrices acceso al crédito para aumentar venta de coches. A partir de la década de 1980, estas empresas ampliaron su cartera. GMAC ingresó en préstamos hipotecarios en 1985. En el mismo año, Ford compró First Nationwide Financial Corporation, el primer ahorro que operaba a nivel nacional, para ingresar en los mercados de ahorro y préstamos residenciales. En la década de 1990, tanto GMAC como Ford Motor Credit ampliaron sus servicios para incluir seguros, banca y finanzas comerciales. En 2004, GM informó que el 66 por ciento de sus ganancias trimestrales de 1.300 millones de dólares provenían de GMAC; mientras que un día antes, Ford reportó una pérdida en sus actividades de venta de coches pero 1.170 millones de dólares en ingresos netos, principalmente debido a sus operaciones financieras.

Fundada en 1943, GE Capital fue diseñada para otorgar préstamos a los clientes de electrodomésticos. Sin embargo, después de 1980, bajo el liderazgo de Jack Welch, su alcance se expandió rápidamente a pequeñas empresas, bienes raíces, préstamos hipotecarios, tarjetas de crédito y seguros. Después de quedarse cerca de GMAC durante más de dos décadas, finalmente lo superó y se convirtió en el mayor prestamista no bancario en 1992. Las ganancias de la expansión financiera fueron extraordinarias”.

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Uno de los ejemplos más en boga en los últimos años de dicha desconexión entre el mundo del dinero y la economía real lo encontramos en la fiebre de las criptomonedas, entre las que destaca Bitcoin. Recientemente, el valor total de los Bitcoin en circulación traspasó la frontera de los 100.000 millones de dólares (en el momento de escribir esto -14 de diciembre-, veo que ya está cerca de los 300.000 millones, así que tiene toda la pinta de que va a petar de forma inminente). ¿Quiere esto decir que ha habido un incremento paralelo en la cantidad de bienes y servicios en circulación durante los 8 años de vida en que el valor de los Bitcoin ha ido subiendo desde que naciera en 2009? Evidentemente, no. Y si su valor sigue subiendo es porque sigue habiendo nuevos inversores dispuestos a utilizar su dinero para adquirir más. Es comprensible, viendo cómo va subiendo su valor a lo largo del tiempo. Como en los demás bienes especulativos, cuando el precio aumenta, la demanda aumenta, lo que a su vez aumenta el precio, y se crea una retroalimentación positiva cuya única limitación es la cantidad inversores dispuestos a meter su dinero en dichos instrumentos especulativos. Y con las políticas expansivas de los Bancos Centrales, que inundan el mercado con crédito barato, la oferta de inversores va bien servida.

¿Quiere decir esto que no puedes volverte rico invirtiendo en Bitcoin? Claro que puedes. Alguien que adquiriera Bitcoin en 2010 habrá multiplicado sus beneficios de forma astronómica, y puede perfectamente ser millonario ahora mismo. Pero sólo podrá hacer efectiva dicha riqueza si se deshace de todo o de parte de los Bitcoin adquiridos, intercambiándolos por bienes reales o por otras monedas más ampliamente aceptadas en la economía real. Si no lo hace, si no saca parte de sus ganancias fuera del mercado de los Bitcoin, su riqueza será virtual, pero no real.

Pero aquí está el secreto de las burbujas especulativas, y es que si los inversores empiezan a vender para hacer efectiva su riqueza ilusoria, la bajada de precio puede provocar un efecto llamada, lo que activa otra vez una retroalimentación positiva: la bajada de precio no ocasiona un aumento de la demanda, como ocurre en un bien real; la bajada de precio ocasiona una disminución en la demanda, lo que baja aún más el precio, lo que disminuye la demanda, etc., con lo que el precio se desploma, y la riqueza virtual deja de existir.

Es por este mismo motivo que las políticas expansivas que utilizan los Bancos Centrales para salir de las crisis económicas, con su aumento en la cantidad de dinero en circulación, no provocan una inflación descontrolada: la mayor parte del nuevo dinero en circulación se va directamente a los mecanismos especulativos y desconectados de la economía real que hemos comentado, los cuales sólo pueden subsistir mientras siga entrando más y más dinero al boom especulativo, y mientras sea muy poco el dinero que lo abandone. Como es sólo una pequeña parte de la riqueza imaginada la que se hace efectiva al abandonar el boom y adquirir bienes y servicios reales (correspondiente a la gente suficientemente inteligente o hábil como para aprovecharse del boom y salirse a tiempo), la demanda y los precios de estos bienes y servicios no aumentan de forma considerable. Y gracias a Zeus.

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Pero el desequilibrio entre la riqueza monetaria y la riqueza real no causa solamente burbujas totalmente desconectadas de la economía real; también puede permitir que se lleven adelante proyectos en la producción de bienes y servicios, aunque estos no tienen por qué tener ningún sentido a nivel económico. Un claro ejemplo es Tesla, de la que hemos hablado antes. Pero tampoco quiero dejar de comentar otro ejemplo notorio, la “revolución del fracking”, tan enormemente celebrada hace unos pocos años.

Como tantas veces ocurre en nuestra vida pública, bajo la apariencia de un debate abierto en el que todos los puntos de vista existentes son analizados, sólo dos posicionamientos son permitidos. Tal como decía hace unos años Antonio Turiel:

“Cuando se denuncia este tipo de explotaciones se enfatiza solamente los factores ambientales. Terribles, auténticos desastres ambientales, pero semejantes a las de otros recursos que se explotan por el ancho mundo […] Y eso hace que el debate parezca el de siempre: entre soñadores ecologistas que quieren preservar el medio ambiente, y prácticos emprendedores que generarán riqueza y puestos de trabajo. Con ese planteamiento, el debate está perdido de antemano, a pesar de la brutalidad del impacto ambiental asociado al fracking.”

Y es que dicho debate deja fuera elementos fundamentales de esta historia, haciéndolo tremendamente incompleto y artificial. Lo que se ignora totalmente es la dimensión económica (y energética) del asunto, y es que las empresas que se encargan de explotar los recursos fósiles no convencionales mediante la técnica de la hidrofracturación pierden dinero año tras año. Han estado perdiendo dinero tanto cuando el petróleo estaba a más de 100$, como cuando estaba a menos de 30$, como ahora que está alrededor de 60$. Esto se debe a que la poca concentración de dichos recursos y a la cantidad brutal de materias primas necesaria para explotarlos (agua, energía, productos químicos, etc.) lleva a unos costes astronómicos de inversión, que no pueden cubrir las ventas.

De esta forma, dichas empresas necesitan continuamente de nuevas inyecciones de dinero por parte de ingenuos inversores que se han creído la propaganda del sector y de los medios de comunicación sobre el nuevo El Dorado de la industria fósil estadounidense.

A su vez, como la explotación de dichos recursos no es por sí misma económicamente viable, las deudas se van acumulando y las empresas empiezan a sufrir cada vez más para ir pagando los intereses a tiempo y evitar la bancarrota. De hecho, si no fuera por las políticas expansivas de la Reserva Federal, que llevan a tipos de interés prácticamente nulos, probablemente hubiésemos tenido hace tiempo una oleada general de bancarrotas en el sector.

He aquí un claro ejemplo de cómo la economía ficticia de las finanzas, puede afectar a la economía real, pues tanto los recursos utilizados como los productos generados por la industria del shale estadounidense son bienes y servicios bien reales. De esta forma, el mundo del dinero y de la deuda lleva a todo tipo de distorsiones en la economía real, de forma que los recursos de ésta son utilizados en proyectos que no tienen ningún sentido económico, y la explotación de petróleo y gas en Estados Unidos está recibiendo unos enormes subsidios, más allá de los oficiales – a costa del resto del mundo. De la misma forma, las burbujas inmobiliarias llevan a que se construyan más viviendas de las necesarias, utilizando para ello los recursos de la economía real (cemento, acero, energía, etc.) y cuando el boom acaba, estas viviendas quedan deshabitadas. La todopoderosa eficiencia del libre mercado en todo su esplendor.

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Otra distorsión importante que provoca el mundo de las finanzas se origina en el diferente valor de las monedas a nivel internacional: cuando un ciudadano de la zona euro viaja a alguna parte del “Tercer Mundo”, se dará cuenta que la mayoría de cosas que consume son más asequibles que en su país de origen. No será raro que coma fuera por 1 €, o que encuentre alojamiento por 5 € la noche. Esto sería impensable en su propio país. En cambio, si viaja a Suiza, se encontrará con la situación opuesta: todo lo que encuentra es muy caro y verá cómo su dinero va desapareciendo rápidamente de su bolsillo (o de su tarjeta de crédito).

El coste de vida es diferente en cada país, y una de las causas principales es que el poder de compra de unas divisas es superior al de otras; unas divisas están sobrevaloradas respecto a las otras. Este es el caso de las divisas de los principales países occidentales. Sean cuales sean los motivos de esta sobrevaloración (porque tienen el estatus internacional de divisa de reserva, porque los inversores ven mayor seguridad en las monedas de los países que han dominado el mundo en los últimos siglos, o por el simple hecho de que estos mismos países dominan el mundo de las finanzas), lo cierto es que tiene consecuencias profundas en nuestros mecanismos de distribución de la riqueza real a nivel internacional.

Pongamos por caso el dólar de los Estados Unidos, una divisa ampliamente aceptada en todo tipo de transacciones internacionales. Debido a esta aceptación general del dólar a nivel internacional, respaldada en caso de necesidad por el Ejército de los Estados Unidos (una lección que más de un jefe de estado ha pagado con su vida), dicha divisa se encuentra artificialmente sobrevalorada respecto a la mayoría, de forma que se vuelve más rentable importar los bienes y servicios del extranjero que producirlos dentro del país norteamericano, a la par que las exportaciones americanas se vuelven más caras y por lo tanto menos competitivas en el mercado internacional.

Esta divergencia impulsa el proceso de globalización del que ya hablamos en “Heraldos de un futuro oxidado”, ya que las diferencias en el poder adquisitivo de las diferentes divisas aumentan los potenciales beneficios para quien decida producir en un país barato y vender en un país caro. Como ya comentamos, este proceso impacta negativamente en el mercado de trabajo de los países occidentales (menos ofertas de trabajo, peores salarios, etc.). Pero por otro lado, gracias a esta circunstancia los países occidentales pueden permitirse consumir más productos que los que producen, ya que, por regla general, compran barato y venden caro.

Gracias a las distorsiones del sistema financiero global, por lo tanto, los Estados Unidos y su grupo de aliados pueden mantener, al menos a corto plazo, un consumo de recursos y un nivel de vida más elevados que el que realmente les correspondería en un mundo justo.

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De forma más general, el mundo del dinero y las finanzas ha permitido alargar la ficción de bonanza económica en Occidente durante décadas. Por un lado se aprovecharon los mecanismos desiguales de intercambio de la riqueza con el resto del mundo, de los que ya hemos hablado, mediante los cuales se pudo importar riqueza real de ultramar. Otra forma de ignorar los problemas estructurales de la economía real consistió en endeudarse. El gobierno gasta más (en el estado del bienestar, y en el presupuesto militar en el caso de Estados Unidos) de lo que ingresa en impuestos, muchas familias gastan más (en comprarse la casa, o un coche, o la educación de los hijos) de lo que ingresan en salarios, muchas empresas de tamaño pequeño y medio gastan más (en salarios y materias primas) de lo que ingresan por ventas. Y como tantos y tantos individuos y organismos gastan más de lo que ingresan, cubren la diferencia endeudándose, hasta que muchas veces se ven obligados a declarar la bancarrota.

De este modo las deudas se van acumulando, hasta que llegan a cantidades varias veces superiores al Producto Interior Bruto del país. Las promesas de pagar en un futuro se van acumulando, pero hasta que no llegue dicho futuro, parece ser, es preferible seguir postergando el problema.

A raíz de los aumentos espectaculares en los niveles de deuda pública a raíz de la crisis de 2008, muchos observadores comentaban agriamente que la sociedad tardaría por lo menos una generación en pagar todas las deudas que se habían contraído. Pero este punto de vista es extremadamente ingenuo. Las deudas nunca llegarán a pagarse, porque para empezar, los factores que causaron estas deudas (el desequilibrio entre una economía real que ya no puede crecer en condiciones normales y un sistema financiero diseñado para la expansión, propulsado por la necesidad de mantener la ficción de crecimiento y prosperidad) siguen  existiendo, y la cantidad de deuda a pagar sigue aumentando año tras año (el lector se habrá dado cuenta de que cuando los gobiernos establecen objetivos presupuestarios, casi todos hablan de un déficit de un tanto por ciento, y muy pocos hablan de superávit).

Para empezar a pagar las deudas contraídas, o al menos evitar que sigan creciendo, necesitaríamos una nueva era de crecimiento económico sostenido, y no parece que lo vayamos a tener. De hecho, parece que las economías occidentales han llegado a un punto en que la única forma que tienen de crecer económicamente es gastándose dinero que no tienen y salvando la diferencia con la manufactura más y más deuda.

En este punto, la pregunta que muchos se hacen es hasta cuándo puede seguir esta ficción. Con mucho sentido común, parece evidente que seguir acumulando deudas sólo puede llevar tarde o temprano a la bancarrota. Algunos observadores creen que al menos el problema de la deuda pública no es tan desesperado, pues los Bancos Centrales, siempre pueden manipular la oferta de dinero y realizar los más variados trucos de magia financiera para seguir estirando el chicle y mantener la solvencia, y todo eso sin apenas depreciar el dólar o el euro, al ser éstas consideradas divisas de reserva. De hecho los bonos gubernamentales de las principales potencias occidentales se consideran una inversión sin riesgo, pues se considera inimaginable que dichos gobiernos hagan fallida. No obstante, todo eso depende de que se mantenga la confianza en la solvencia del país por parte de los acreedores, tanto dentro del país como, sobre todo, fuera de él. Como vimos hace unos años con las crisis de deuda de la Eurozona, la confianza de todo el mundo es fundamental para mantener el sistema en pie (y de aquí venía la importancia de la en ese entonces famosa “prima de riesgo”).

En un momento dado, los acreedores internacionales pueden no estar de acuerdo con el empleo de estas manipulaciones, y pueden decidir como resultado dejar de financiar al país deudor mediante la compra de más deuda. En el caso de los Estados Unidos, por ejemplo, un 30% de su astronómica deuda pública está en manos de inversores extranjeros, de los cuales China es el mayor. Tanto China como el segundo mayor acreedor de Estados Unidos, Japón, han criticado varias veces la poca seriedad de los americanos en relación con su deuda pública y sus manipulaciones al respecto.

En cualquier caso, teniendo en cuenta las crisis presupuestarias que tuvimos hace unos pocos años, las cuales llevaron a fuertes recortes en gasto social (recortes que aún arrastramos) para poder pagar los intereses de la deuda pública, queda claro que los problemas relacionados con ésta son bien reales, que esta situación no puede durar indefinidamente y que tarde o temprano algo tiene que ceder.

Una de las opciones que se han propuesto para acabar con esta situación causando el menor daño posible sería realizar una especie de jubileo bíblico y cancelar todas las deudas existentes. Tiene sentido, pues al final, si el mundo de las finanzas sólo es el mecanismo que utilizamos para la distribuir de riqueza, y las deudas, que no son más que parte de este mundo ficticio, están perjudicando el buen funcionamiento de la economía real, ¿no sería mejor hacer tabula rasa con todo el embrollo que hemos creado y empezar de cero de nuevo?

Pero las consecuencias de esta acción son imprevisibles; el caos desatado podría ser monumental y la cantidad de gente perjudicada por ello sería difícil de imaginar. Por poner un solo ejemplo, en Estados Unidos, “si sumamos la deuda en manos de la Seguridad Social y de todos los fondos de jubilación y pensión, casi la mitad de la deuda federal de Estados Unidos se mantiene en fideicomiso para tu jubilación. Si Estados Unidos deja de pagar su deuda, los inversores extranjeros se enfadarían, pero los más perjudicados serían los actuales y futuros jubilados”.

Una cancelación general de deudas podría además ocasionar graves conflictos internacionales, pues los países acreedores (véase nuevamente la relación entre China y Estados Unidos) difícilmente estarían de acuerdo con la medida. Este es uno de los motivos principales por los cuales no se le permitió a Grecia declarar la bancarrota (aparte de para mantener la confianza internacional en la Eurozona y evitar un efecto dominó) y se prefirió alargar la agonía con nuevos rescates multimillonarios que todo el mundo sabe que no podrán pagarse: bancos franceses y alemanes habían invertido enormemente en deuda griega, y no podían dejar simplemente que el gobierno griego dejara de devolverles los préstamos.

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Cabe repetir una vez más que el dinero no es riqueza, sino el mecanismo utilizado para repartir dicha riqueza entre la sociedad. No obstante, como he intentado enfatizar a lo largo de este artículo, dicho mecanismo puede originar problemas por su cuenta, y puede volverse tan complicado y poco adecuado que llegue a afectar el funcionamiento normal de la economía real (ignorando el valor de los recursos naturales, creando burbujas especulativas, utilizando recursos en proyectos sin sentido, ocasionando intercambios desiguales a nivel internacional, etc.).

Hace casi 90 años tuvimos un ejemplo extremo de hasta qué punto dichos mecanismos de distribución pueden afectar la economía real, lo que se tradujo en fábricas cerradas, desempleo y pobreza a lo largo de la década de 1930, en una crisis que acabó teniendo funestas consecuencias. El sistema financiero es ahora mucho más disfuncional, enmarañado y caótico que en ese entonces; se ha convertido en algo tremendamente esotérico, arcano y lleno de abstracciones sin relación alguna con el mundo real, y es imposible predecir qué ocurriría si este sistema llegara a colapsar súbitamente y se desatara una oleada imparable de bancarrotas, pero probablemente la Gran Depresión sería un juego de niños al lado de la crisis que ocasionaría dicho colapso. Esto era lo que muchos temieron que ocurriera en 2008, pero las autoridades reaccionaron con nuevos métodos de alquimia financiera para parchear el sistema y mantener con vida el juego de la riqueza ilusoria.

Pero el peligro de colapso financiero sigue estando bien presente. El sistema financiero mundial sigue reposando sobre una burbuja de alucinaciones, quizá más inflada aún que en 2008. El valor monetario total en circulación sigue siendo muy superior al valor de la riqueza real, y sigue existiendo el riesgo de que en cualquier momento una ventisca suficientemente fuerte derrumbe completamente el sistema y elimine la burbuja de riqueza ficticia que domina las grandes decisiones macroeconómicas en la actualidad.

En cualquier caso, el sistema se ha vuelto tan disfuncional que a largo plazo, algo tendrá que ceder. Cuando eso ocurra, muchos bienes perderán gran parte o todo su valor, y los mecanismos por los cuales los países occidentales pueden consumir más de lo que producen dejarán de existir. Como resultado de eso, perderán su posición predominante y se volverán mucho más pobres.

Este derrumbe no tiene por qué ocurrir de forma súbita. Podría acontecer de forma progresiva, a lo largo de décadas, si se consigue evitar el colapso repentino del sistema financiero y se consigue ir reformando paulatinamente el sistema, adaptándolo a una economía real estancada o en declive. Pero dicho derrumbe tiene que ocurrir tarde o temprano. Un desequilibrio tan enorme no puede mantenerse de forma indefinida.
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Re: POST: Una economía de alucinaciones

Dario Ruarte
Estupendo tu artículo Spengler !

Tres cosas aquí:

1) Esta descripción que haces ya era totalmente válida en 2008. Quienes razonábamos de este modo veíamos un cataclismo al frente.

Sin embargo, la "magia financiera" (Bernanke et al) consiguieron salir airosos del desafío dando una bonita "patada para adelante" que parecía imposible desde la lógica económica racional.

La mega-inyección de dinero no devino en hiperinflación y, el sobre-endeudamiento de los Estados a niveles que, algunas décadas atrás se hubiera considerado pornográfico y ofensivo, no tuvo mayores consecuencias (al menos inmediatas).


2) Esta particular situación (creación mágica de dinero y deuda a escala colosal y eso sin hablar de valores absolutamente burbujeados y sin sentido -vg Bitcoin-) nos ha llevado a un territorio desconocido y donde nadie tiene un "libro escrito".

Si hoy me dices que la solución es seguir inventando "dinero y deuda" (y burbujas varias) de modo ofensivo ya ni me atrevo a discutir si vamos al caos o todo sigue "vegetando" como hasta ahora... no hay precedentes de algo similar. Lo que sabíamos -o pensábamos- ya no sirve.


3) Finalmente -y vinculado al punto anterior-, desde el modelo "clásico" (o al menos racional y de sentido común) uno sigue pensando que esto explotará en algún momento -y tu artículo termina por este lado- pero... te atreves a aseverarlo ?

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En mi caso no tengo una perspectiva clara en estos momentos. Me siento como el espectador de un partido de fútbol donde el técnico de uno de los equipos ha metido 18 jugadores a la cancha y el árbitro no le dice nada y el partido sigue adelante sin problemas. .

Y, cuando tengo este tipo de dudas (basadas en la incertidumbre) lo que hago es dibujar un "árbol de decisiones" para tratar de ordenar un poco las ideas.

Las posibilidades que veo son cinco (como ramas principales):

a) Un cambio profundo en la economía, la sociedad y la cultura "reinventa" el modelo económico basado en el dinero sin un trauma o caos intermedio.

Digamos algo parecido a que, la incorporación de una RBU y una aceptación cultural a una vida más modesta hace que todo siga 'más o menos' como va. Gente que acepta que jamás tendrá casa o un yate pero, que acepta vivir tranquila, comiendo y disfrutando de la vida con lo que le dan.

Algunos tendrán empleo, otros no, pero todos podremos "vivir" sin pasar penurias. Una "cubanización" de la vida.


b) El devenir de la "lógica" y un estallido brutal de todo el tinglado (empiece por donde empiece) que "purgue" al sistema a un extremo tal que se reordene desde una posición más "tradicional".

Digamos algo parecido a lo que fue la crisis del 2001 en Argentina con el brutal proceso de "pesificación" pero a escala planetaria (o al menos de las economías centrales).

Hay un trasvasamiento de riqueza (en muchos modos, algunos lógicos y otros imprevisibles) pero al final todo se reordena y sigue (desde otro punto de arranque).

NOTA: Una crisis climática, alimentaria o ecológica sería un subpunto de esta rama. Lo aclaro para que no quede incompleto el análisis.


c) Una "acción correctiva" de las élites basada en el viejo remedio de la GUERRA. Esto sirve para "purgar" el sistema, trasvasar riqueza, modificar las cuentas (como en el punto anterior) pero, en vez de hacerlo desde la economía, lo hace desde la acción planificada y destructiva.


d) Una situación de "cisne negro" o "hadas del bosque" que venga por vía de algún tipo de avance o descubrimiento tecnológico que cambie por completo el escenario. Por su propia naturaleza de "cisne negro" ni puedo dibujar la hipótesis (no sé cuál podría ser) pero, la tengo que plantear porque podría ser una salida.

Aclaro que no hablo de un "cisne negro" negativo sino POSITIVO. Una economía que cambia su perfil radicalmente (algo así como la tecnología de anti-gravedad, o la energía-perpetua, o la nano-tecnología-replicante o cosa por el estilo).


e) Y, finalmente, la opción "mágica" de que en realidad se puede seguir "creando dinero y deuda" hasta el infinito siempre que hagamos un "acto de fe" de que el "Rey no está desnudo" y, sigamos adelante sin mirar los números para no tener que aplicar la lógica.

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Obviamente hay opciones "mixtas" y variantes pero, las cinco posibilidades constituyen las ramas principales del árbol.

Y aviso que todavía no me he decidido por una de ellas... las tengo a todas al 20% de probabilidades !

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Tiempos "interesantes" sin duda.
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Re: POST: Una economía de alucinaciones

Spengler
Quién sabe Dario. Tengo que reconocer que hay una parte de fe en la certidumbre de que tarde o temprano la burbuja del dinero tiene que explotar. Como dijo Greer, es perfectamente posible que en un futuro lejano la gente se esté muriendo de hambre por las calles mientras Wall Street Journal anuncia la aparición de los primeros cuatrillonarios en el mercado de derivados-de-derivados-de-derivados

No obstante, hay un par de cosas que me hacen pensar que tiene que petar:

-A medida que la economía ficticia se hace más y más grande en relación con la economía real, la capacidad de distorsión aumenta, lo que aumenta la volatilidad de todo el tinglado, lo que aumenta el peligro de crisis financieras, que es lo que puede echar abajo el castillo de naipes.

-El sistema financiero no es neutro a nivel internacional. Algunos países (principalmente Estados Unidos y sus satélites europeos) salen extraordinariamente favorecidos por éste, y otras potencias pueden no estar de acuerdo con el actual "diseño", por lo que pueden esforzarse por reformarlo o, si son suficientemente temerarios, derrumbarlo.
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Re: POST: Una economía de alucinaciones

Galbi
En respuesta a este mensaje publicado por Spengler
Según éste historiador:
Entrevista al historiador Adam Tooze
Gracias a su monumental deuda, todo EEUU se ha convertido en TBTF (Too Big To Fall). Su deuda y su maquinaria militar, ¿quién se anima a cobrarle al matón del barrio?