No tiene nada de raro que la gente confíe menos en la religión oficial. Vale que en España (teóricamente) no tenemos una religión oficial, pero lo fue durante 4 décadas, y hay cosas que marcan. Que 43 años después de la muerte el viejo, todavía los ministros juran con crucifijo y biblia... bueno esta última hornada no porque son unos rojiprogres, pero hasta ahora así era. Y las fiestas oficiales siguen siendo las fiestas religiosas, y sería impensable que el jefe del estado no estuviera casado de acuerdo a los cánones católicos, y no digamos la tragedia nacional que sería que se divorciase o que alguna de las infantitas saliera satanista...
La religión católica ha sido para España un elemento distintivo fundamental (y aquí no hay distingos entre las distintas Españas, cada una más católica y meapilas que la otra). Las bases culturales de este país, grecolatinas y visigodas se refundieron durante la reconquista, y obviamente sobre la base de una religiosidad profunda y sentida, que se convirtió en fanatismo religioso durante la contrarreforma, aunque nadie se lleve a equívoco, fueron mucho peores y más desatados en su furibunda reforma por el centro y norte de Europa. Lo que para otros países fue la construcción de su identidad nacional sobre una base racial, no fue así en España, donde las razas (por razones obvias) nos resultaban bastante indiferentes. Aquí la identidad nacional se forjó alrededor de la uniformidad cristiana, martillo de herejes. La Iglesia era el referente moral máximo, y lo siguió siendo durante toda la edad moderna. Al llegar la ilustración nos encontramos el inicio del anticlericalismo, que en los últimos dos siglos tuvo auges y declives.
Es verdad que la dictadura se construyó alrededor del nacionalcatolicismo, pero eso fue sólo el último capítulo de una historia larguísima y riquísima (y que por desgracia muchos se lanzan a criticar sin intentar comprenderla). Pocos, en cambio, son conscientes de la importancia que la Iglesia tuvo en la historia de este país no sólo en la forja de su identidad nacional, sino también en su vertiente social. Por incomprensible que resulte ahora, hubo una época en que la Iglesia era lo único que defendía al pueblo de los atropellos de los poderosos. Era el único poder que podía doblegar a la nobleza, a la corona y, por supuesto, a los burgueses, y en una época en que la vida de un pobre valía menos que la de un caballo (literalmente), la Iglesia era la única institución que era capaz de garantizar unos mínimos de cohesión social, y algo parecido a los servicios sociales de la época. Por todo ello, la Iglesia, aparte de formar parte de la identidad nacional, era vista como algo bueno por la sociedad en su conjunto. Por ello la Inquisición era vista como un órgano que velaba por la moral y el bien público, y no con el terror que hoy en día pensamos que era vista. Entre otras cosas porque la Inquisición no era peor en sus torturas de lo que eran el resto de instituciones de su época, y en cambio era más garantista en sus procesos que la mayoría.
Pero llegó un punto, más o menos por cuando se inicia la revolución industrial, que la sociedad empieza a moverse. Literalmente. Se producen movimientos masivos de personas, de bienes, de riquezas, de modos de vida. El desarraigo social, la explotación, las luchas obreras, las nuevas tecnologías... todo ello comienza a introducir unos cambios frenéticos en la sociedad, mientras que la Iglesia sigue anclada en los valores y formas que, hasta ese momento, eran quizás los elementos más avanzados de la sociedad anterior. Poco a poco la sociedad adelanta a la Iglesia en sus concepciones sociales, y la Iglesia intenta avanzar (p. Ej. Rerum novarum), pero lo hace a un ritmo más lento que lo que el signo de los tiempos marca.
Durante el siglo XX las circunstancias políticas mundiales hicieron que se rompiera la baraja, y los sectores más conservadores con el apoyo de la propia Iglesia hicieron lo posible (en España, pero también fuera de España) por mantener a la sociedad sujeta en base a unos preceptos que ya no reflejaban el orden social. Dejando al margen las ideologías políticas (nadie hay libre de culpa en esto), lo cierto es que al final la religiosidad ha quedado como simplemente un compendio de valores de moral pública que hacen que todavía sea un referente para una gran parte de la sociedad, un puñado de ritos de paso más o menos inexcusables para la mayoría y un montón de festividades que dan vistosidad y cohesión social. Y poco más. Pero es la consecuencia natural del alejamiento entre la sociedad y la Iglesia.
Las bodas y bautizos son ritos de paso. Bodas, bautizos, comuniones y funerales son tal vez los únicos elementos religiosos que hoy en día siguen presentes en la mayoría de las familias del país pese a que pocos vayan a misa los domingos. Y a medida que la sociedad sigue despegándose de la Iglesia, y dado que ésta es incapaz de responder ya a las necesidades de la sociedad, pues hasta esos ritos de paso irán quedando relegados cada vez más a las personas mayores que todavía ven la necesidad de marcar las distintas etapas de la vida de un modo ritual, mientras que las generaciones jóvenes tienen cada vez menos necesidad de ello.
Y sin embargo, eso no significa que ese alejamiento de la sociedad y la Iglesia se deba a que todo el mundo se está haciendo ateo. La gente pone sus esperanzas en otras cosas, no necesariamente una religión organizada, pero otras formas de espiritualidad. Si miramos atrás en la historia veremos que cuando una sociedad pierde el contacto con su religión tradicional, otra llega a cubrir el hueco. La religión, como la política o la naturaleza, sufre de horror vacui, cuando queda un hueco, ese hueco termina siendo llenado por algo. Incluso las revoluciones saben eso, por eso intentan suplantar las religiones tradicionales por cultos de estado (generalmente con poco éxito: si la religión se distancia del pueblo, no digamos las lealtades políticas). Y la religión católica será sustituida por otra cosa, o por un conjunto de otras cosas, como el cristianismo sustituyó a los cultos paganos anteriores. Es la naturaleza humana.
Saludos,
D.
Panta rei kai oudén ménei
Cerrado
