Chris Hedges: El colapso que viene.La administración Trump no se levantó, prima facie, como Venus del mar en una concha. Donald Trump es el resultado de un largo proceso de decadencia política, cultural y social. Él es un producto de nuestra democracia fallida. Mientras más perpetuemos la ficción de que vivimos en una democracia que funciona, que Trump y las mutaciones políticas que lo rodean son de alguna manera una desviación aberrante que puede vencerse en las próximas elecciones, más nos precipitaremos hacia la tiranía. El problema no es Trump. Es un sistema político, dominado por el poder corporativo y los mandarines de los dos principales partidos políticos, en el que el resto de la gente no importa. Recuperemos el control político desmantelando el estado corporativo, y esto significa una desobediencia civil masiva y sostenida, como la demostrada por los docentes en todo el país este año. Si no nos ponemos de pie, entraremos en una nueva edad oscura.
El Partido Demócrata, que ayudó a construir nuestro sistema de totalitarismo invertido, una vez más es sostenido por muchos en la izquierda como el salvador. Sin embargo, el partido se niega rotundamente a abordar la desigualdad social que condujo a la elección de Trump y la insurgencia por parte de Bernie Sanders. Es sordo, mudo y ciego al sufrimiento económico real que afecta a más de la mitad del país. No luchará para pagarles a los trabajadores un salario digno. No desafiará a las industrias farmacéutica y de seguros para proporcionar Medicare para todos. No frenará el apetito voraz del ejército que está destripando al país y promoviendo guerras extranjeras fútiles y costosas. No restaurará nuestras libertades civiles perdidas, incluido el derecho a la privacidad, la libertad de la vigilancia gubernamental y el debido proceso. No erradicará el dinero corporativo y de origen incierto en política. No desmilitarizará a nuestra policía y reformará un sistema penitenciario que tiene el 25 por ciento de los presos del mundo, aunque Estados Unidos tiene solo el 5 por ciento de la población mundial. Juega al margen, especialmente en las temporadas de elecciones, negándose a abordar problemas políticos y sociales sustantivos y en su lugar se centra en problemas culturales estrechos como los derechos de los homosexuales, el aborto y el control de armas en nuestra peculiar especie de antipolítica.
Esta es una táctica condenada, pero que es comprensible. Los líderes del partido, los Clinton, Nancy Pelosi, Chuck Schumer, Tom Pérez, son creaciones de la América corporativa. En un proceso político abierto y democrático, que no esté dominado por las elites del partido y el dinero corporativo, estas personas no tendrían poder político. Ellos saben esto. Preferirían implosionar todo el sistema antes que renunciar a sus posiciones de privilegio. Y eso, me temo, es lo que sucederá. La idea de que el Partido Demócrata sea de alguna manera un baluarte contra el despotismo desafía las últimas tres décadas de su actividad política. Es el garante del despotismo.
Trump ha aprovechado el odio que grandes segmentos del público estadounidense tienen por un sistema político y económico que los ha traicionado. Puede ser inepto, degenerado, deshonesto y narcisista, pero ridiculiza con destreza el sistema que desprecian. Sus burlas crueles y degradantes dirigidas a las agencias gubernamentales, las leyes y las élites establecidas resuenan en personas para quienes estas agencias, leyes y elites se han convertido en fuerzas hostiles. Y para muchos que no ven ningún cambio en el panorama político para aliviar su sufrimiento, la crueldad y las invectivas de Trump son al menos catárticas.
Trump, como todos los déspotas, no tiene una base ética. Él elige a sus aliados y personas designadas en base a su lealtad personal y aduladora obsequiosidad hacia él. Él va a vender a cualquiera. Es corrupto, acumula dinero para sí mismo (ganó 40 millones de dólares con su hotel en Washington, D.C. solo el año pasado) y sus aliados corporativos. Está desmantelando las instituciones gubernamentales que alguna vez proporcionaron cierta regulación y supervisión. Él es un enemigo de la sociedad abierta. Esto lo hace peligroso. Su asalto relámpago sobre los últimos vestigios de instituciones y normas democráticas significa que pronto no habrá nada, ni siquiera nominalmente, para protegernos del totalitarismo corporativo.
Pero las advertencias de los arquitectos de nuestra fallida democracia contra el fascismo progresivo, entre ellas Madeleine Albright, son risibles. Muestran cuán desconectadas se han vuelto las elites del espíritu de la época. Ninguna de estas élites tiene credibilidad. Construyeron el edificio de la mentira, el engaño y el saqueo corporativo que hizo posible a Trump. Y cuanto más degrada Trump a estas élites, y cuanto más gritan como Cassandras, más salva su desastrosa presidencia y permite a los cleptócratas saquear el país a medida que se desintegra rápidamente.
La prensa es uno de los principales pilares del despotismo de Trump. Habla interminablemente como cortesanos del siglo XVIII en la corte de Versalles sobre las debilidades del monarca mientras los campesinos carecen de pan. Sigue volando sin cesar sobre temas vacíos como la intromisión rusa y una recompensa para una actriz porno que no tiene nada que ver con el infierno cotidiano que, para muchos, define la vida en Estados Unidos. Se niega a criticar o investigar los abusos por parte del poder corporativo, que ha destruido nuestra democracia y nuestra economía y ha orquestado la mayor transferencia de riqueza hacia arriba en la historia de los Estados Unidos. La prensa corporativa es una reliquia podrida que, a cambio de dinero y acceso, cometió un suicidio cultural. Y cuando Trump lo ataca por "noticias falsas", expresa, una vez más, el odio profundo de todos aquellos que la prensa ignora. La prensa adora al ídolo de Mammon, dios del dinero, tan servilmente como lo hace Trump. Le encanta la presidencia del reality show. La prensa, especialmente los programas de noticias por cable, mantiene las luces encendidas y las cámaras encendidas para que los espectadores estén pegados a una versión del siglo XXI de "El gabinete del Dr. Caligari". Es bueno para las clasificaciones. Es bueno para las ganancias. Pero acelera el declive.
Todo esto pronto se verá agravado por el colapso financiero. Los bancos de Wall Street han recibido $16 billones en rescates y otros subsidios por parte de la Reserva Federal y el Congreso con un interés cercano al cero por ciento desde el colapso financiero de 2008. Han usado este dinero, así como el dinero ahorrado a través de los enormes recortes impositivos impuestos el año pasado, para recomprar sus propias acciones, elevar la compensación y los bonos de sus gerentes y empujar a la sociedad más profundamente hacia una servidumbre de deuda insostenible. Los casinos de Sheldon Adelson obtuvieron una exención fiscal de $670 millones en virtud de la legislación de 2017. La relación entre el sueldo del CEO y el trabajador promedia ahora 339 a 1, con la brecha más alta acercándose a 5,000 a 1. Este uso circular de dinero para hacer y acumular dinero es lo que Karl Marx llamó "capital ficticio". El aumento constante de la deuda pública, deudacorporativa , deuda de la tarjeta de crédito y la deuda de los préstamos estudiantiles en última instancia conducirán, como escribe Nomi Prins, a "un punto de inflexión, cuando el dinero que se ingresa , o disponible para pedir prestado, simplemente no cubrirá los pagos de intereses". Luego aparecerán burbujas de deuda, comenzando con bonos de mayor rendimiento ".
Una economía que depende de la deuda para su crecimiento hace que nuestra tasa de interés suba al 28 por ciento cuando llegamos tarde a un pago con tarjeta de crédito. Es por eso que nuestros salarios están estancados o han disminuido en términos reales: si obtuviéramos un ingreso sostenible no tendríamos que pedir prestado dinero para sobrevivir. Es por eso que la educación universitaria, las casas, los seguros médicos y los servicios públicos cuestan mucho. El sistema está diseñado para que nunca podamos liberarnos de la deuda.
Sin embargo, la próxima crisis financiera, como señala Prins en su libro "Colusión: Cómo los banqueros centrales armaron el mundo", no será como la última. Esto es porque, como ella dice, "no hay Plan B." Las tasas de interés no pueden bajar más. No ha habido crecimiento en la economía real. La próxima vez, no habrá salida. Una vez que la economía se cuelgue y la furia en todo el país explote en una tormenta de fuego, aparecerán los políticos fanáticos , los que harán que Trump parezca sagaz y benigno.
Y finalmente, para citar a Vladimir Lenin, ¿qué se debe hacer?
Debemos invertir nuestra energía en construir instituciones paralelas y populares para protegernos y enfrentar el poder contra el poder. Estas instituciones paralelas, incluidos los sindicatos, las organizaciones de desarrollo comunitario, las monedas locales, los partidos políticos alternativos y las cooperativas de alimentos, tendrán que construirse pueblo a pueblo. Las élites en un momento de angustia se retirarán a sus complejos cerrados y nos dejarán valernos por nosotros mismos. Los servicios básicos, desde la recolección de basura hasta el transporte público, la distribución de alimentos y el cuidado de la salud, colapsarán. El desempleo y el subempleo masivos, que desencadenan la agitación social, se abordarán no a través de la creación de empleo por parte del gobierno, sino por la brutalidad de la policía militarizada y la suspensión total de las libertades civiles. Los críticos del sistema, ya empujados a los márgenes, serán silenciados y atacados como enemigos del estado. Los últimos vestigios de los sindicatos serán blanco de la abolición, un proceso que pronto se acelerará dado el dictamen esperado en un caso ante el Tribunal Supremo que afectará la capacidad de los sindicatos del sector público para representar a los trabajadores. El dólar dejará de ser la moneda de reserva mundial, causando una fuerte devaluación. Los bancos se cerrarán. El calentamiento global consumirá recursos cada vez mayores, especialmente en las poblaciones costeras, la agricultura y la infraestructura, costos que el estado empobrecido no podrá abordar. La prensa corporativa, al igual que las elites gobernantes, pasará del burlesque al absurdismo, su retórica tan patentemente ficticia, como en todos los estados totalitarios, se desvinculará de la realidad. Los medios de comunicación sonarán tan fatuos como Trump. Y, para citar a W.H. Auden, "los niños pequeños morirán en las calles".
Como corresponsal en el extranjero, cubrí sociedades derrumbadas, incluida la ex Yugoslavia. Es imposible que una población condenada capte cuán frágil es el sistema financiero, social y político degradado en vísperas de la implosión.
Todos los heraldos del colapso son visibles: infraestructuras que se desmorona; subempleo crónico y desempleo; el uso indiscriminado de la fuerza letal por parte de la policía; parálisis política y estancamiento; una economía construida sobre el andamiaje de la deuda; tiroteos sin sentido masivos en escuelas, universidades, lugares de trabajo, centros comerciales, salas de conciertos y cines; sobredosis de opioides que matan a unas 64,000 personas al año; una epidemia de suicidios; expansión militar insostenible; el engaño como una herramienta desesperada de desarrollo económico e ingresos del gobierno; la captura del poder por una camarilla pequeña y corrupta; censura; la disminución física de instituciones públicas que van desde escuelas y bibliotecas hasta tribunales e instalaciones médicas; el bombardeo incesante de alucinaciones electrónicas para desviarnos de la vista deprimente que se ha convertido en América y mantenernos atrapados en ilusiones.
Sufrimos las patologías habituales de muerte inminente. Me alegraría estar equivocado. Pero he visto esto antes. Sé las señales de advertencia. Todo lo que puedo decir es prepárate.
...sabe, si empieza a acumular detalles la visión general del caso cambia...
Cerrado
